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COLECCIÓN DIRIGIDA POR

PABLO JAURALDE POU

 

 

 

ALFONS O PASO

 

 

 

VAMOS A CONTAR

MENTIRAS

 

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SINVERGÜENZA

 

 

EDICIÓN, INTRODUCCIÓN Y NOTAS DE

ANA PUCHAU DE LECEA

 

 

 

 

CLÁSICOS

CASTALIA

 

 

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Primera edición impresa: marzo 2011 Primera edición en e.book: octubre 2011

 

© herederos de Alfonso Paso, 2011

© de la edición: Ana Puchau de Lecea, 2011

© de la presente edición: Edhasa (Castalia), 2011

www.edhasa.es

 

Ilustración de cubierta: dibujo de Werner Klemke para el cartel de la comedia Los timadores (Alemania Oriental, 1960).

Diseño gráfico: RQ

 

ISBN 978-84-9740-439-6

 

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

S U M A R I O

INTRODUCCIÓN

I. Perfil de Alfonso Paso

II. Alfonso Paso en el teatro español contemporáneo

III. El teatro de Alfonso Paso

IV. Vamos a contar mentiras

V. Enseñar a un sinvergüenza

NOTICIA BIBLIOGRÁFICA

BIBLIOGRAFÍA

NOTA PREVIA

VAMOS A CONTAR MENTIRAS

Autocrítica

Reparto

Acto primero

Acto segundo

ENSEÑAR A UN SINVERGÜENZA

Autocrítica

Reparto

Acto primero

Acto segundo

LA EDITORA

INTRODUCCIÓN

 

I. PERFIL DE ALFONSO PASO

El 12 de septiembre de 1926 nace, en el madrileño barrio de Chamberí, Alfonso Paso Gil, hijo del reconocido comediógrafo granadino Antonio Paso y de la actriz catalana Juana Gil Andrés, quien había formado parte de la compañía de Enrique Borrás, entre otras. Su familia goza de una situación acomodada y Paso crece entre los camerinos de los teatros madrileños, donde conoce a las estrellas de los años treinta. De la asistencia con su padre a los estrenos surge su afición teatral y la absoluta familiaridad con el mundo de la escena. Y en su casa ha oído hablar de teatro a todas horas, ha visto y escuchado en el despacho de su padre a autores como Carlos Arniches, Joaquín Abati y Enrique García Álvarez; ha conocido a los hermanos Álvarez Quintero, a Eduardo Marquina, a Jacinto Benavente, a Pedro Muñoz Seca, etc.

En 1945 y tras un fallido intento de cursar Ingeniería, ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. En ese contexto y rodeado de jóvenes de parecidas inquietudes –entre ellos, Alfonso Sastre, José Bordón, Belardo Fraile o José María Palacio– formará parte del grupo teatral Arte Nuevo, que surge como respuesta al anquilosado teatro que se escribía y se representaba todavía en los escenarios de los años cincuenta. De Arte Nuevo y de los distintos caminos dramáticos que acabarían tomando sus fundadores, hablaremos más adelante.

Los primeros años de Paso como dramaturgo transcurren en una precariedad económica que plasmará en su premiada obra Los pobrecitos (1957); en ella se reflejan los apuros económicos y las duras experiencias que vive el autor en los primeros años de su matrimonio con Evangelina Jardiel, hija de Enrique Jardiel Poncela. Esta situación se resolverá cuando empiece a gozar de cierto renombre y se convierta en el dramaturgo más popular del momento. En 1958 llegará a estrenar siete comedias, entre las que destacan Usted puede ser un asesino, Juicio contra un sinvergüenza y Adiós, Mimí Pompón. Su éxito le permitirá la hazaña de mantener seis obras en cartel en los teatros madrileños durante varios años, demostrando así ser el autor favorito del público.

Algunos críticos, como Oliva y Sirera, señalan un declive de su aceptación pública hacia 1962, si bien es cierto que ese mismo año tiene varias obras en cartel, con gran afluencia de público, y que esa fecha coincide, además, con la adaptación de muchas de sus obras al cine.

Lo que retira en principio a nuestro autor de los escenarios no lo retira, en cambio, del panorama artístico. Los años en los que su actividad teatral disminuye, aprovecha Paso para viajar y realizar reportajes periodísticos para publicaciones con las que había colaborado años atrás. Y es que además de su larga trayectoria como dramaturgo, Paso escribe centenares de artículos para ABC, Informaciones o Primer Acto, entre otros.

En 1964 viaja a Argentina y comprueba el éxito de sus comedias al otro lado del Atlántico, así como la importante labor que realiza Lola Membrives con el teatro español, que se ocupa de estrenar en Buenos Aires. Antes que a Paso, la actriz se había encargado de presentar al panorama bonaerense a autores españoles como los Quintero, Marquina o Benavente. A partir de ese momento, Paso vuelve a Argentina en diversas ocasiones para ver la evolución de sus obras, incluso para formar parte de ellas como actor, como sucedió con Querido profesor.

Mientras tanto, su tarea como adaptador de comedias al cine continúa, lo que le lleva a viajar en varias ocasiones a otros países de Sudamérica, donde participa en el rodaje de algunas de sus películas y asiste al estreno de sus propias obras teatrales. Marisol rumbo a Río (1963) es un ejemplo de sus muchas incursiones en el cine y de sus viajes al extranjero.

La última etapa de Paso transcurre más sosegadamente que en su década de mayor éxito. A principios de los setenta, nuestro autor estrena obras que le suponen nuevos retos por los cambios de estilo que incorporan a su teatro. Unos años más tarde, en 1978, Alfonso Paso muere en Madrid, víctima de un cáncer.

 

II. ALFONSO PASO EN EL TEATRO ESPAÑOL CONTEMPORÁNEO

Alfonso Paso es, sin duda, el autor teatral de mayor éxito en la década de los cincuenta. El público encuentra en sus comedias una continuación a las de los también prolíficos Benavente, Muñoz Seca o los hermanos Quintero –con algunos de los cuales llega a coincidir, en algún momento, en las carteleras–, que proporcionaban una oportunidad para la evasión y la carcajada. El conjunto de la obra de Paso supera las ciento treinta comedias –sin contar adaptaciones teatrales y musicales o guiones cinematográficos– y ha sido traducida a más de veinticinco idiomas, lo que da una idea de la aceptación de sus propuestas más allá de nuestras fronteras.

La producción dramática de Paso comienza en los primeros años de los cuarenta. En aquella época, según estudia Floeck[1], la actividad teatral tenía tres grandes características o limitaciones: su carácter privado y la escasa financiación por parte del estado, la escrupulosa intervención de la censura en los textos y la centralización de dicha actividad en las ciudades de Madrid y Barcelona[2].

El temor a la censura propiciaba que la programación de los teatros, en su mayoría privados, se resolviera según el éxito de público –y consecuentemente de taquilla– que se esperaba de las obras. Paso, conocedor desde niño del funcionamiento de la gestión teatral, dio con la famosa fórmula que contentaba a la vez a la censura y al público, lo que le garantizó unos años de gloria sin comparación en el panorama teatral español. Farris Anderson reconocerá la extrema importancia del éxito de Paso, en un momento en el que la situación de algunos teatros resultaba casi insostenible debido a la falta de financiación. La producción de Paso no superó solo la dificultad de que la clase media invirtiera parte de sus escasos ahorros en ir al teatro, sino que siguió atrayendo a este sector a pesar de la imposición del cine como entretenimiento social y cultural y de la llegada de la televisión. Paso supo también encontrar su lugar en este medio, que aprovechó para llegar a miles de hogares; de este modo, el público que veía sus producciones desde casa era el mismo que después acudía a sus estrenos teatrales.

Tras la Guerra Civil, el teatro se encuentra huérfano de las grandes figuras que habían venido a reformar la escena tan solo unos años atrás. Se han perdido nombres como los de Miguel de Unamuno, Ramón del Valle-Inclán, Federico García Lorca, Max Aub y Rafael Alberti, entre otros. En este contexto encuentra su lugar la comedia burguesa, un teatro de divertimento y evasión en el que se colaban dramas sociales –no demasiado críticos dadas las circunstancias políticas– y comedias de salón. La comedia burguesa sí encuentra un modelo en la alta comedia de Benavente y de Luca de Tena, de la Torre, Pemán, López Rubio y Calvo Sotelo. A esta tendencia se añadirá Paso en los cincuenta con su pacto con el público. Las obras complacen a una audiencia constituida, básicamente, por las clases medias burguesas que llenan los teatros en los años de posguerra. La situación de la acción de estas piezas no difiere mucho de la cotidianeidad de su público: se presenta un argumento fácil y ligero aunque bien construido, que contiene una historia de amor que acabará felizmente, por muchas dificultades morales que encuentre en el camino.

Sus obras, pues, no contribuyen a una renovación del teatro, ni denuncian la dura realidad de la posguerra; se trata simplemente de piezas de evasión para una audiencia que convive cada día con la miseria y la opresión. Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Tono, Ruiz Iriarte y Calvo Sotelo no habían estrenado todavía lo suficiente como para representar una alternativa a aquellos autores ya consagrados.

Ante esta situación, Alfonso Paso funda en 1945, junto con otros compañeros de la Universidad Complutense –Alfonso Sastre, José Gordón, Medardo Fraile–, el grupo Arte Nuevo, que rechaza lo que se representa en esos momentos en los escenarios madrileños y pretende renovar la situación teatral. En palabras de Sastre: «Arte Nuevo era una forma de decir “no” al teatro que nos rodeaba»[3]. Los jóvenes autores consideran anquilosadas las formas adoptadas por las representaciones que hasta entonces se llevan a cabo. De este modo, se proponen nuevas comedias, revisiones de algunas obras de antiguos renovadores desaparecidos durante la guerra –García Lorca y Valle-Inclán–, y representaciones de autores extranjeros como Tennesse Williams, un descubrimiento entre sus nuevas lecturas, en las que también se encuentran autores como Bertold Brecht, Eugène Ionesco, Arthur Miller o Samuel Beckett. Sus propuestas escénicas no tienen nada que ver con lo que se representa todavía en los teatros madrileños y apuestan por unas nuevas pautas que les distingan de lo que consideran de otro siglo. Paso también formará parte, años más tarde, del equipo de Primer Acto, revista teatral en cuyas primeras entregas participará con algunos artículos.

En este marco de colaboración con otros dramaturgos se gesta definitivamente su oficio de autor. En Un tic-tac de reloj (1946), compuesta junto a José Gordón, se han notado influencias de Pirandello, autor del que Paso hablaría más adelante en alguna de sus autocríticas. Una vez consolidado en el grupo, Paso estrena y dirige, en círculos minoritarios, otras tantas nuevas comedias como Un día más –en colaboración con Medardo Fraile–, Tres mujeres, tres o Yo, Eva; en esa práctica, el autor toma conciencia directa de todos los detalles que intervienen en el funcionamiento de una producción teatral.

En 1949 Antonio Buero Vallejo gana el Premio Lope de Vega por Historia de una escalera, que introduce un punto de vista social distinto al que el público estaba acostumbrado. Buero presenta una escalera de vecinos donde se encierran sueños que se dan por imposibles, intentos frustrados de ascender social y económicamente y, por supuesto, desengaños amorosos. Unos años más tarde, en 1952, se estrena por fin Tres sombreros de copa, obra que encumbraría a Miguel Mihura como dramaturgo y a su “humor nostálgico” como representación de la ilusión de salir adelante en unos años difíciles. Antes de su estreno, Mihura la había guardado durante veinte años, seguro de un fracaso rotundo si se presentaba a un público no habituado a ese tipo de humor.

En la misma línea, Paso deja sentir también en sus primeras obras el pesimismo de la España de posguerra, y así, Una bomba llamada Abelardo (1953), Los pobrecitos (1957) y La boda de la chica (1960) han sido clasificadas como teatro social. Pese a que su primer estreno profesional es No se dice adiós, sino hasta luego (1953), Una bomba llamada Abelardo se convierte en la obra que lo consolida como dramaturgo, ya que se tomaría como ejemplo de teatro de humor. De ella escribió su propio autor:

 

Estuvo un año fermentándose en mi cabeza, ¡un año largo! Doce meses que pasé preguntándome de qué modo podríamos reírnos tú, lector y espectador, y yo, de este tipo tan común en todas las civilizaciones decadentes y que en la europea, como tal, ha tomado carta de naturaleza desde hace ya algún tiempo.[4]

 

El personaje protagonista resulta ser un gorila reeducado. Ruiz Ramón considera que:

 

La obra era por su tema y, sobre todo, por su forma dramática, una consciente provocación al público “normal”. Provocación en la que de modo menos radical, pero más profundo, volverá a incidir Paso en algunas de sus piezas posteriores, hasta 1960.[5]

 

Los temas que aparecen, como la defensa del amor y la búsqueda de la felicidad –temas, por otro lado, universales–, serían recurrentes en sus próximas comedias. César Oliva explica así la irrupción de Paso en el panorama teatral de los años cincuenta:

 

Durante esos años colapsa cualquier otra manifestación escénica del país. Se trata no solo de un fenómeno teatral evidente, sino de un hecho sociológico incuestionable. [...] Quizás se pueda hablar de cierta injusticia histórica en el caso de Paso, pues algunas de sus obras estaban escritas desde el conocimiento pleno del teatro. Pero también hay que añadir que la inmediatez con que quiso servirse de ese puesto de privilegio en la escena española le obligó a concebir comedias con urgencia y redactarlas de manera apresurada. Sus títulos permanecían en cartel hasta en seis o siete teatros madrileños a la vez.[6]

 

El “colapso” del que habla Oliva es la prueba de la aceptación del trabajo de Paso, que no se hizo notar solo en los teatros, sino también en la cantidad de guiones cinematográficos que escribió y en los que colaboró, así como en el número de obras teatrales suyas que fueron adaptadas al cine.

La década de los cincuenta había empezado con la muerte de Jardiel Poncela, en 1952, y la de Benavente, dos años más tarde. Eran, sin duda, dos de sus maestros, de quienes había observado y aprendido la técnica teatral además del análisis de su público. El cambio de generación en unos años –las fechas de los estrenos profesionales de Paso y Sastre coinciden con la muerte de antiguos autores– es significativo: se abre un nuevo camino para la escena española. Sin embargo, los críticos no tardarán en proponer a Paso como heredero de la comedia de Jardiel Poncela, comentario no del todo inocente, ya que su matrimonio con Evangelina Jardiel había sido interpretado por algunos como interesado.

El mismo año de 1953 en que se estrena Una bomba llamada Abelardo, presenta Sastre Escuadra hacia la muerte, un angustioso drama basado en el ambiente de tensión que dejó la Guerra Fría; hasta tal punto habían divergido las carreras e inquietudes dramáticas de quienes fueron, en otro momento, fundadores de Arte Nuevo.

Las obras que Paso presenta en los años posteriores siguen todavía una línea bastante realista. Por Los pobrecitos, el mejor ejemplo de este tipo de teatro, ganó el premio Carlos Arniches, por el que recibió 25.000 pesetas y estrenó su obra en Alicante en 1956, pese a que su estreno oficial tuviera lugar en marzo de 1957 en el Teatro María Guerrero. Esta es una de sus obras mejor aceptadas por la crítica, que le ha recriminado siempre que no siguiera esa línea realista en el resto de su producción. En Los pobrecitos se descubren los apuros económicos que sufrió el propio Paso en sus comienzos como dramaturgo. Se pueden observar detalles autobiográficos, entre los que destaca el protagonista, Carlos, un joven autor teatral que no consigue estrenar sus obras. Los personajes sobreviven a duras penas pero, a pesar de la atmósfera de pobreza, Paso introduce en los diálogos un humor amable que los dignifica. En el segundo acto, por sorpresa, cae en sus manos un dinero que, aparentemente, va a poner fin a su precariedad económica. Este extraño hecho se repite de nuevo en el tercer acto, en el que se aclara finalmente la procedencia de ese dinero. Desde un punto de vista estructural, Paso distribuye la obra de manera sencilla, en tres actos, que no sorprende al espectador pero que tampoco lo distrae de la trama.

El mismo año del premio a Los pobrecitos, 1956, presenta Paso Cuarenta y ocho horas de felicidad. Con el éxito de esta obra se confirma la comunión del teatro de Paso con las expectativas del público, hecho que no pasa inadvertido a los empresarios teatrales. En esta obra aparece de nuevo un personaje fantástico cuya misión es mediar en los problemas domésticos y tratar de resolverlos.

César Oliva anota que, en ese momento:

 

Paso se debatía todavía entre un teatro de signo realista con la posibilidad de contentar al público mayoritario de los años cincuenta, y ser el autor que estaban esperando los empresarios que representara a esa sociedad. Frente al compromiso de Buero Vallejo, aceptado ya como el dramaturgo serio y riguroso del momento, Paso sería el autor que mejor significaba la técnica de “pasar el rato”, y además, con cierta dosis de calidad. Sin embargo, esa evolución desde el aparente compromiso de Los pobrecitos y la evasión de Cuarenta y ocho horas de felicidad empezaba a crear en determinados ambientes un menosprecio hacia el autor, que fue combatido con ardor por él mismo y por su principal valedor, el crítico Marqueríe.[7]

 

En los últimos años de la década de los cincuenta, hallamos en la producción de Paso títulos variopintos como Usted puede ser un asesino (1957) o Tus parientes no te olvidan (1959), de género casi policíaco, junto con otros de atmósfera realista, como El canto de la cigarra (1960), que se convierte, por cierto, en la primera obra de un dramaturgo español vivo estrenada en Broadway. En 1958, Alfonso Paso recibe el Premio Nacional de Teatro por El cielo dentro de casa, obra de tinte social que empieza a mezclarse con otras de tipo cómico en su repertorio.

La revista Primer Acto recoge en los años sesenta el debate del “posibilismo” que enfrenta a Antonio Buero Vallejo y a Alfonso Sastre. Se trata, fundamentalmente, de la defensa de Buero de hacer llegar un mensaje al público adaptándose a las circunstancias de cada momento, es decir, de transmitir una idea sorteando censuras. Sastre, en cambio, apuesta por una manera mucho más directa de exponer los temas que le preocupan. Esta decisión hace, por ejemplo, que Escuadra hacia la muerte se retire tres días después de su estreno, o que su autor sea encarcelado.

En 1960, Alfonso Sastre y José María de Quinto forman el Grupo de Teatro Realista, que ofrece textos de un nivel ideológico mucho más elevado que las representaciones convencionales. Además, se preocupan de que el contenido artístico y la forma de entender el espacio escénico sea también mucho más avanzada. El grupo llegó a estrenar obras de Carlos Muñiz, de Pirandello y del propio Sastre, antes de su pronta disolución.

Mientras tanto, Paso presenta obras como Usted puede ser un asesino (195 7) y Cuidado con las personas formales (1960), que muestran una construcción dramática meditada e inteligente. Paso no pretende con ellas ninguna reflexión, sino puro entretenimiento basado en un desarrollo adecuado de la trama, que se resuelve convincentemente.

En una época en la que la censura estaba atenta a cualquier detalle del contenido de una obra, Paso se dedicó a perfeccionar su forma. Aprovecharía así estructuras que le habían proporcionado éxito, y cambiaría personajes y asuntos de manera estratégica, intentando evitar la repetición. Sin embargo, a finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, Paso inicia un nuevo tipo de teatro. Por un lado, presenta dos obras que él mismo reconoce influidas por el teatro de Osborne o Shaffer: Juicio contra un sinvergüenza (1958) y Cena de matrimonios (1959). En la misma línea está nuestra Vamos a contar mentiras, estrenada en 1961. Por otro lado, se dedica Paso a un tipo de teatro de base histórica. Entran aquí títulos como: Catalina no es formal (1958), Preguntan por Julio César (1960), Una tal Dulcinea (1961), El mejor mozo de España (1962) y Nerón-Paso (1969) que, jugando con el título de Peter Weiss, Marat-Sade, sirve al autor para alzarse como protagonista.

Como hemos visto, los estudiosos marcan 1962 como fecha en la que sus representaciones empezarían a notar un descenso en audiencia, esto es, en recaudación. Parece como si, tras una década de omnipresencia teatral de Paso, el público buscara una salida al teatro de evasión que nuestro autor proponía. Sin embargo, se estrena en 1961, con gran éxito de público, Vamos a contar mentiras, y en 1967 aparece en las carteleras Enseñar a un sinvergüenza, que triunfará en cartelera durante dieciocho años.

Precisamente en 1967 Los Goliardos publican, en las páginas de Arte Nuevo, el manifiesto con el que definen su idea de un teatro libre. Entre sus principios destacan la oposición a la ideología franquista y el rechazo hacia el teatro comercial y burgués, así como la propuesta de un teatro crítico y de nuevos lugares donde representarlo. Además, defienden un teatro de director, y no de autor, que abra posibilidades a una escena mucho más moderna y menos atada a los textos.

Paso, testigo del decrecimiento de su popularidad, resurge con un “teatro de calidad”, como él mismo lo llama, en el que encontramos títulos como Juan Jubilado (1971) y Ocho preguntas a un monarca, estrenada póstumamente en Buenos Aires en 1984 y publicada un año después. En estas últimas obras Paso utiliza elementos novedosos, por ejemplo la técnica del flash-back para representar regresiones históricas en un mismo espacio, si bien no resultan del todo convincentes en un plano práctico.

Según César Oliva «la trayectoria de Alfonso Paso significa el principio y final de la comedia desarrollada en España durante el franquismo»[8], ya que había bebido de la comedia de Benavente y los autores posteriores partirían de la suya, sin llegar a modificarla significativamente.

Barrero, por su parte, lo considera el «hombre de teatro que mejor comprendió cuáles eran los mecanismos que regían el pacto tácito establecido entre el autor y el público»[9]. Ese conocimiento le permitió multiplicar su actividad en el mundo del espectáculo, por ejemplo interviniendo en el cine como guionista, director e incluso actor, como ya hemos visto. Participó como intérprete en algunas de sus comedias: Sosteniendo el tipo, Querido profesor, Papaíto y, por supuesto, Nerón-Paso.

Alfonso Paso escribió también una novela, ¡Solo diecisiete años! (1969), y llegó a grabar un disco y a actuar en directo en algunas salas de Madrid como el Florida Park del Retiro.

 

III. EL TEATRO DE ALFONSO PASO

Por todo lo dicho, Alfonso Paso se erige como el autor dramático de los años cincuenta en España. Comparte esa categoría, por supuesto, con autores más comprometidos socialmente como Antonio Buero Vallejo o Alfonso Sastre. Farris Anderson se expresa así de tajante al respecto: «Alfonso Paso, Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre son los principales dramaturgos españoles de la posguerra»[10], y explica: «Cada uno ha hecho una aportación esencial, y cada uno es, dentro de los límites de lo que se ha propuesto ser, el escritor más destacado del teatro español contemporáneo.» Anderson reconoce así la importancia de los tres autores dentro de los límites en los que encerraron, conscientemente, su teatro. La sensatez de su afirmación nos descubre a un Paso entretenedor, a un Buero como sutil reflejo de lo que ocurre a nuestro alrededor, y a un Sastre agitador de conciencias.

Pero ¿qué condiciones reúne el teatro de Paso para llegar a alcanzar semejante éxito? Sirera reconoce que:

 

Paso impuso patrones y creó modos, configuró un estilo de comedia que se erige en el modelo más acabado de ese otro teatro, el que llenaba las salas, convirtiéndose en la coartada de una supuesta normalización que dejaba pocos resquicios a propuestas alternativas mucho más productivas en lo estético y en lo ético. [11]

 

Al margen de discusiones políticas por lo que representa el teatro de Paso en cuanto a compromiso, la crítica coincide en que sus obras y la masiva y prolongada aceptación de las mismas constituyen un documento sociológico valiosísimo para conocer la España de los años cincuenta y sesenta.

Para hablar de una evolución o trayectoria de su teatro, hay que tener en cuenta su participación, durante su juventud, en la fundación del grupo Arte Nuevo (1945), del que hemos hablado al principio de esta edición. Sin embargo, Paso va abandonando el perfil más realista del grupo para ir adaptándose al teatro de humor de finales de los años cuarenta liderado por Jardiel Poncela. La trayectoria de nuestro autor, que comenzaba como una reacción a un teatro que no proponía nada nuevo, se deslinda de las intenciones de su grupo, lo que acaba provocando su ruptura tan solo tres años después de su fundación, en 1948.

El éxito, en 1953, de Una bomba llamada Abelardo, marca el comienzo de la época más importante en la configuración y la producción teatral de Paso. Durante esa década, nuestro autor estrena más de treinta obras, entre las que destacan Veneno para mi marido (1953), El cielo dentro de casa (1957), Usted puede ser un asesino (1958), Juicio contra un sinvergüenza (1958), Receta para un crimen (1959) y Cuidado con las personas formales (1960). Durante ese tiempo, Paso se ha visto retado a presentar comedias que gustaran al público y a los empresarios, y que no significaran un retroceso en su oficio de autor. Ruiz Ramón lo ha descrito así:

 

Son [ ... ] años en los que el problema del éxito, de ser aceptado por el público, de ser estrenado aun a costa de no escribir el teatro que se quisiera escribir, aun a costa de la calidad y la verdad, por una parte, y la exigencia interior de un teatro que rechace la tentación de lo fácil, por otra, se enfrentan y determinan los varios caminos de su tarea de dramaturgo. Se trataba, pues, de ceder, amoldándose a los gustos del público, o de no ceder, escribiendo un teatro que nada concediera. Paso quiso adoptar la vía media, estableciendo –o pretendiendo establecer– un pacto entre el público y el dramaturgo, según dirá posteriormente.[12]

 

Hemos llegado ya al pacto que Paso firma con su público, por el que ofrecerá comedias fáciles y divertidas con una frecuencia inusitada, a cambio de ir introduciendo también algunas obras más serias o de trasfondo más comprometido que no hagan que el autor se cuestione el sentido de su propio trabajo.

El propio Paso explicaba así su situación respecto al público que acudía a ver sus obras:

 

Es un terreno de viejecitas con cinta negra al cuello que se escandalizan por todo, de burgueses satisfechos y de muchachitas tontas. Dije que la inclusión de una clase hecha en el negocio fácil, casi ilegal, en nuestra clase media tradicional era la primera y más importante de las causas que han convertido a nuestro público en una masa amorfa y vacía. Las restantes se derivan de esa, y son la susceptibilidad enfermiza, la intolerancia, la moral ocultadora, la negativa a enfrentarse con los problemas reales que su tiempo, su Patria y su propia casa tienen, etc.[13]

 

Paso conoce bien el funcionamiento de la empresa teatral. Para que su teatro, más o menos comprometido, llegue al público, tiene primero que conectar con él; tiene que asegurarse una audiencia que no le abandone al introducir elementos distintos a la comedia de salón y que aguante incluso, en un determinado momento, una sutil crítica. A este propósito no escaparon siquiera detalles como los títulos de sus obras, que recordaban muchas veces a otros del autor, de manera que el espectador reconociera su estilo antes incluso de dar comienzo la función. Un ejemplo de esta estrategia de Paso son títulos como: Juicio contra un sinvergüenza (1958), Enseñar a un sinvergüenza (1967) o Educando a una idiota (1965), y Los derechos de la mujer (1962) con Los derechos del hombre (1963).

Así, de manera muy diferente a la de Sastre, por ejemplo, inicia Paso una carrera con el propósito de revolucionar el teatro desde dentro, una vez se ha conquistado al público y se cuenta con el apoyo de crítica y empresarios. El propio autor explica esta fórmula de manera muy optimista:

 

Las empresas leen nuestra producción, estrenamos, vamos hacia delante. Y en cada obra añadimos un gramo más de cal y restamos dos de arena. Esto en un futuro próximo equivale a hacer con eficacia el teatro revolucionario que se había ambicionado con posibilidades de estreno.[14]

 

La cuestión es si una vez asegurada la audiencia a sus comedias, en las que ofrece a sus espectadores nada más y nada menos que lo que esperan, resulta o no rentable la revolución que se consideraba en un principio. O, como lo expresa Ruiz Ramón:

 

El peligro de tal pacto está, naturalmente, en que en lugar de transformar el autor a su público, sea el público el que transforme al autor e, incluso, lo devore, no dejando en él resto alguno o, en el mejor de los casos, un resto muy exiguo e ineficaz de aquel revolucionario que empezó haciendo algunas concesiones y acaba concediendo todo.[15]

 

El respaldo del público acabó cambiando, como cabía sospechar, las intenciones renovadoras del autor, que tuvo que defenderse de su éxito popular. A principios de los sesenta Paso pensaba ya de esta manera:

 

No quiero ser autor de mérito, de teatro de cámara, autor de minorías o pasto de ensayos literarios. Quiero ser, dentro de mis insobornables convicciones estéticas, autor de público, dando a este término su mejor y más noble sentido. Aun en mis piezas de apariencia superficialmente anodina y sin trascendencia, jamás estrené algo que no se propusiera llevar dentro una semilla de interés con cierta densidad. Quede esto bien claro para cuantos desearon catalogarme como un autor sin ninguna clase de bagaje intelectual, sin la menor ambición artística y sin otro propósito que sumar estreno a estreno.[16]

 

Lejos quedan las intenciones de cambiar esas “susceptibilidades enfermizas” y la intolerancia del público de que hablaba nuestro autor años atrás. Paso se acomodó en el éxito, defendiendo siempre el interés o la profundidad de sus personajes, sus “insobornables convicciones estéticas” cuidadas en cada una de sus obras, a pesar de sus numerosos estrenos anuales. Paso quería que se le reconociera su técnica teatral, su capacidad y habilidad construyendo obras, cuestión que, por otro lado, no se le ha negado nunca. El rotundo éxito de sus piezas hace que escriba, precisamente, utilizando patrones en los que procura cambiar detalles de “carpintería”, con tal de no dejar en evidencia la repetición de tipos de personajes y temas.

Dentro de estas características de la creación de Paso, hay que notar también su capacidad de potenciar las cualidades de interpretación de los actores con los que cuenta. De esta manera, ellos bordan su actuación y el éxito con el público es inmediato. Tal es el caso, entre otros, de Veneno para mi marido (1953), cuyo borrador rescata Paso para la actriz Isabel Garcés y la compañía del Teatro Infanta Isabel.

Además de conocer a sus actores, Paso conoce muy bien a su público, a cuyo universo trata de trasladarse para la construcción de los diálogos. Para provocar la risa, Paso se sirve a menudo de referencias a la actualidad social de la época y a personajes célebres. Además, intenta dotar siempre a sus personajes de respuestas ingeniosas a preguntas aparentemente sencillas, lo que provoca la sorpresa y a veces la carcajada del público. Sus obras están cuidadosamente aderezadas con chistes y comparaciones hiperbólicas que no permiten que se rompa el ritmo de la representación.

Los personajes a los que caracteriza con estos diálogos son una escenificación de la clase media. Dentro de ella encontramos algunos al borde de la miseria –Los pobrecitos–, otros con ansias de ascender de nivel social –La boda de la chica–, y otros de notable holgura económica, como en Vamos a contar mentiras. Esa clase media que sufre en sus comedias es la misma que llena los teatros en sus representaciones, que cuelga el cartel de “No hay entradas” y que le garantiza un nuevo éxito en su próxima creación.

En las obras de Paso, los hombres están caracterizados por su masculinidad y frescura; esta última cualidad es crucial para permitirles esquivar ciertos códigos morales sin apenas dificultad y acabar saliéndose con la suya. Abusan, especialmente, de los códigos de carácter sexual: los flirteos con unas y otras, el adulterio y las no siempre sutiles referencias a la prostitución son notas constantes en la producción de Paso. Estos “sinvergüenzas” son redimidos de sus culpas por la sencilla medida de su simpatía y de su aparente arrepentimiento. Un ejemplo de este trato de favor es el que se da al protagonista de Enseñar a un sinvergüenza, que ofrecemos en esta edición.

Los personajes femeninos son, en cambio, sumisos y absolutamente dependientes del hombre. En caso contrario se demostrará que el éxito profesional va irremediablemente ligado al fracaso en lo personal, y una mujer que pretenda sobrevivir sin un hombre no tardará en darse cuenta de su ingenuidad. El trabajo y el ritmo acelerado del mundo en el que viven los personajes son excusas frecuentes por las que las mujeres son incapaces de encontrar el amor. Por otra parte, también aparecen mujeres que, dedicándose a sus labores, esperan a su marido en casa durante todo el día y llegan a inventar fantasías con las que huir de esa rutina. En Vamos a contar mentiras veremos un ejemplo de este último caso.