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BREVIARIOS

del

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

537

ACCIÓN Y REACCIÓN

Traducción de
ELIANE CAZENAVE TAPIÉ ISOARD

Acción y reacción

Vida y aventuras
de una pareja

por JEAN STAROBINSKI

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Primera edición en francés, 1999
Primera edición en español, 2001
Primera edición electrónica, 2013

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A MICHEL, PIERRE Y GEORGES

PREFACIO

Me regocijaría mucho [...] si, en su técnica de trabajo, no partiera usted del problema general, sino de un fenómeno de detalle, bien y firmemente elegido, algo como la historia de una palabra o la interpretación de un pasaje. El fenómeno de detalle no podría ser demasiado pequeño ni demasiado concreto, y jamás debe ser un concepto introducido por nosotros o por otros estudiosos, sino algo que proponga el objeto mismo.1

ERICH AUERBACH

Balzac atribuye a su héroe Louis Lambert un entusiasmo de exploración lingüística:

A menudo [...] llevé a cabo deliciosos viajes, embarcado en una palabra por los abismos del pasado, como el insecto que, posado sobre alguna brizna de yerba, flota al capricho del río. Habiendo partido de Grecia, llegaba a Roma y atravesaba la duración de los tiempos modernos. ¿Qué bello libro no se compondría relatando la vida y las aventuras de una palabra? [...] ¿No sucede lo mismo con cada verbo? Todos están impregnados de un vivo poder que proviene del alma y que le restituyen por los misterios de una acción y de una reacción maravillosa entre la palabra y el pensamiento.2

Louis Lambert (quien contempla con predilección el Oriente y la Biblia) incluye investigación etimológica en su vasto programa especulativo. Hasta llega a proponer ejemplos: el vocablo vuelo y sobre todo la palabra verdadero, en la que descubre, sin darnos sus motivos, “una rectitud fantástica”. Tal era, según leemos, el programa de una “ciencia íntegra”. Este proyecto concuerda con la teoría del lenguaje que Platón atribuía a Cratilo. La convicción de Louis Lambert es un cratilismo romantizado, que busca los secretos del mundo espiritual en la vida de las palabras.

Balzac, por medio de su héroe, considera poder demostrar, entre pensamiento y palabra, una diferencia que equivale metafóricamente a la diferencia sexual. Y resuelve la oposición mediante la magia de una misteriosa fórmula de reciprocidad, que hace intervenir entre el uno y la otra una “acción y reacción” semejante a una relación amorosa: “¿No diríase de un amante que bebe de los labios de su amada tanto amor como el que le comunica?” Vemos expresarse, en esta página de Balzac, un ensueño influido por el persistente deseo de recobrar un verbo primigenio que habría pronunciado el verdadero nombre de los seres. Balzac (después de tantos otros) habla del “verbo primigenio de las naciones”, del que “nuestras lenguas modernas” ya no conocen más que los “vestigios”. El “envejecimiento de nuestras sociedades” tuvo por consecuencia decrecer la “majestad”, la “solemnidad” de esta lengua de los comienzos.3

Louis Lambert presenta su proyecto como un descenso al curso de un río, que permita imaginar el origen abandonado. “La vida y las aventuras” lingüísticas que desea volver a rastrear se desarrollan a lo largo de una historia desdichada, historia de decadencia y de dispersión, de traiciones y de olvidos, que el pensamiento del viajero repararía por el redescubrimiento, en lo más profundo de los tiempos, de los vocablos primigenios. El joven Lambert, al compararse con el insecto viajero, parece burlarse de sí mismo. Mas, en su comparación, se concede un inmenso privilegio, ya que su “ameno viaje” se inició supuestamente en el origen mismo.

Como bien lo sabemos, hoy día la mayoría de los lingüistas han optado por un enfoque sincrónico y poco les importa el “verdadero” origen arcaico de las palabras, al que consideran un espejismo. Mas la semántica histórica (tal cual la definía Michel Bréal en 1897, o tal cual la ilustraron los trabajos de Émile Benveniste) jamás se dejó engañar por la ilusión según la cual el sentido más antiguo atestiguado fuese una verdad filosófica. Sólo puede ganar al fortalecerse con una lingüística de tipo general y formal. Para comprender nuestra época y nuestra situación actual, hay mucho que esperar de la historia de la lengua, porque ésta es inseparable de la historia de las sociedades, del saber, de los poderes técnicos, y por esa razón tiene valor de indicio. Ella nos ayuda a reconocer en qué diferimos. Esto equivale a decir que la variación semántica del vocabulario es en sí un significante y que éste, al remitir a la estructura de los “estados de lengua” sucesivos, permite percibir mejor el cambio de los “estadios de cultura”. De esa manera se pueden satisfacer las exigencias de un conocimiento diferenciado.4

“Los misterios de una acción y de una reacción maravillosa entre palabra y pensamiento”: Balzac me brinda la oportunidad de tomarle la palabra. Desde luego, él no tenía el monopolio del empleo de “acción y reacción”. Ya era una fórmula heredada, presente en numerosos textos románticos europeos. Pero el uso insistente de esta pareja verbal, y por añadidura el frecuente empleo aislado de la palabra “reacción” constituye en Balzac un rasgo de estilo, en el que debe fijarse la mirada.

Ya que nos vemos incitados por la imagen bien curiosa del viaje del insecto sobre una brizna de yerba, preguntémonos si “la acción y la reacción” a su vez, ¿no podrían ser ellas mismas nuestras briznas de yerba? ¿No podrían esperarse algunas revelaciones de una exploración de la “vida” y de las “aventuras” de estos dos términos, de los cuales Balzac hace los operadores de una relación entre sonido y sentido, entre carne y alma de las palabras? Son términos instrumentales, y por sus buenos oficios Lambert esboza una explicación de los nexos entre el pensamiento y la palabra.

Nombres abstractos, sustantivos derivados de verbos neutros, “acción y reacción” son nociones sencillas, simétricas, casi especulares, en las que se concentra la inmensa variedad de todo lo que actúa “en la medida en que actúa”, de todo lo que reacciona “en la medida en que reacciona”. Da gusto encontrarlos cuando aparecen en pareja, pues oponen y concilian. Están emparentados con las nociones de lo “mutuo”, de lo “recíproco”, a veces de lo “alternativo”. Las más de las veces los empleamos sin ponerlos a ellos mismos en observación, sin interrogarlos sobre su procedencia, sobre sus afinidades, sobre su difusión. Sólo Kant supo mostrar claramente la importancia de la categoría de la relación, cuyos representantes titulares son. Sobre todo, nos retendrá la “reacción”, porque esa palabra lleva, por la orientación precisa de su prefijo, una marca que la pone en particular evidencia, y porque su historia es más claramente discernible.

He comenzado por la evocación de las ideas de un héroe visionario de Balzac, que también es su doble. Debo reconocer que mi curiosidad un poco voyeurista por la vida íntima de la pareja “acción-reacción” se debe al hecho de que ya la había encontrado en mil sitios, en los lugares más diversos. Llegó a ser una conocida familiar pues aparece, desde la Edad Media, en los tratados de física. Más tarde transbordó a la nave de los geómetras, cargada de ecuaciones. Navegó bajo la bandera del mecanicismo, mas se le vio reaparecer entre los fieles servidores del vitalismo.

Muy pronto, la “reacción” correría aventuras por separado. En el vitalismo, precisamente, la “reacción” aportó a la vida un medio para resistir a la muerte. Después, se contentó, en el cuerpo vivo, con ser la respuesta al estímulo, por inervación motora. En el vocabulario político-histórico, las palabras “acción y reacción” pudieron ser invocadas primero para echar una mano a una historia cíclica en la que las revoluciones se escriben en plural. Pero en seguida, cuando la historia se encontró asignada a un objetivo de perfeccionamiento, la Revolución y el Progreso eligieron la Reacción como adversaria: las asambleas políticas, los diarios, los panfletos, el habla cotidiana lo dieron a conocer ampliamente. En el neologismo “interacción”, nuestras dos palabras recuperaron con mayor rigor la vida común. Luego llegó la descendencia: hace poco más de un siglo, el hada madrina “abreacción” se inclinó sobre la cuna del psicoanálisis. Por otro lado, se les ocurrió (en el ocaso, hacia 1890) nominar “reactivas” a las enfermedades psíquicas que se originaban en circunstancias exteriores y no en un determinismo “endógeno”.

Hacia 1600, la acción y la reacción habían constituido ya un título de capítulo en la física de los filósofos, y la palabra “reacción” casi no circulaba, a no ser en los tratados latinos. Hoy día se ha difundido por todas partes: ha caído, pues, en la trivialidad. La palabra, víctima de su éxito, pasó del vocabulario especializado al vocabulario general. Hacia 1800 aún impresionaba; hoy día es moneda corriente y ya nada tiene de provocadora. Únicas excepciones: su empleo psiquiátrico y político que acabo de evocar. En el vocabulario de las ciencias sociales (y del periodismo) funciona subsidiariamente como término de disculpa, con tinte psicológico. Relativiza hasta crímenes, al hacer que dichos actos dependan de sus antecedentes sociohistóricos. Por lo demás, es una palabra que sirve para todo, una palabra ubicua, que sirve para decenas de empleos según el adjetivo o el complemento que se le adjunte, así como se adaptan diversas herramientas a un mismo mango, o de manera más general según el sintagma nominal del que forma parte (reacción termonuclear, avión a reacción, etc.). Ya sea en física, en química o en medicina, las “reacciones” son múltiples, en virtud de los complementos que recibe la palabra de origen. En los ámbitos científicos, la palabra es omnipresente, mas no se le toma en cuenta por sí misma, sino que sólo cuentan sus alianzas particulares. Fue (con su derivado “reactivo”, con sus acólitos “reflejo” y “signo”) uno de los recordatorios de los pioneros de la ciencia. Se singularizó inmortalizando a sabios: reacción de Bordet-Wasserman, reactivo de Fehling, signo de Babinski, etcétera... No menos rico es el vocabulario de la información cotidiana. Gobiernos o partidos políticos frente a las crisis, operadores de bolsa, deportistas en los campos de juego, conductores en carretera, alumnos en clase... ¿quién se libra de tener que reaccionar?, ¿quién no ha sido juzgado por su manera de reaccionar? Este fenómeno de difusión relativa al léxico, junto con la preferencia de la que goza el término más reciente de interacción, es sintomático en sí mismo. Pertenece a un “estado lingual” casi mundial, y permite hablar de un hiperreactivismo contemporáneo. Solapada o abiertamente, interviene en numerosos sistemas (empezando por las “teorías de sistemas” de Bertalanffy o de Luh-mann). Y la pregunta que nuestros contemporáneos más responsables se plantean ante los retos de la época se suele formular en términos de “¿cómo reaccionar?”, con ese tono de ansiedad de quien sabe de antemano que toda reacción nunca será más que un acontecimiento parcial de una interacción mucho más vasta, que nadie puede dominar.

El que la pareja “acción-reacción” haya podido afectar sucesivamente el universo material, en su totalidad o en la intimidad de sus partículas, el cuerpo vivo, los acontecimientos de la historia o el comportamiento psíquico, nos permite esperar algún fruto de la observación de la manera en que se llevó a cabo su paso de un territorio a otro en el curso de la historia intelectual de Occidente. Los diversos valores que la palabra “reacción” adoptó desde su medieval invención hizo de ella un gran revelador, lo que metafóricamente llamaríamos un trazador o un marcador. Si todavía podemos evocar la imagen del río de Balzac, es reconociendo que se divide en varios ramales, y que su trazo se ramifica y se mezcla con otras aguas. Observar algunos de los grandes ramales de ese recorrido ramificado nos permite establecer una lectura más completa que quienes siguen el curso de una sola ciencia o de una sola disciplina.

Michel Bréal, en su libro precursor, estimulaba proyectar una mirada sinóptica. Leemos en el capítulo que introduce la noción de polisemia:

El sentido nuevo, sea cual fuere, no pone fin al antiguo. Existen ambos, uno al lado del otro. El mismo término puede emplearse por turnos en sentido propio y en sentido metafórico, en sentido limitado y en sentido amplio, en sentido abstracto y en sentido concreto [...] A medida que se da un nuevo significado a la palabra, parece multiplicarse y producir ejemplares nuevos, semejantes en su forma, mas diferentes en su valor.5

Ahora bien, ha sucedido que al adquirir un nuevo significado, la pareja “acción-reacción” o la palabra “reacción” han cambiado de “ámbito”, transgrediendo los límites entre disciplinas. ¿No sería oportuno estudiar más de cerca el gran proceso de polisemización que acabamos de evocar? Consistiría en tratar de establecer una división polifónica o una especie de mosaico. En este caso, no hay método preestablecido, pero se han de localizar señales con la mayor precisión posible, y es necesario aportar la respuesta —la reacción— más adecuada.6