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SOBRE EL AUTOR

W. Timothy Gallwey ha escrito una serie de libros sobre el Juego Interior que se han convertido en best sellers. Dichos libros establecen una nueva metodología para el desarrollo de la excelencia personal y profesional en diversos campos. Durante los últimos veinte años Gallwey ha estado exponiendo el enfoque del Juego Interior a empresas deseosas de encontrar mejores maneras de gestionar el cambio. Vive en Agoura Hills, California.

Si este libro le ha interesado y desea que lo mantengamos informado de nuestras publicaciones, puede escribirnos a o bien regristrase en nuestra página web:
www.editorialsirio.com

Título original: The Inner Game of Tennis

Traducido del inglés por José Vergara Varas

Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Rafael Olivares

Diseño y maquetación: Toñi F. Castellón

¿Cuál es el verdadero juego?

Es un juego en el que el corazón se divierte.

Un juego en el que tú te diviertes.

Un juego que vas a ganar.

MAHARAJI

A mis padres,

que me enseñaron el Juego,

y al Maharaji,

que me enseñó lo que es ganar.

PRÓLOGO

por Peter Carroll, entrenador principal del equipo
de fútbol americao de los USC Trojans

La final del Campeonato Nacional de 2005 fue un gran escenario para los Trojans (Troyanos) de la Universidad del Sur de California. Nos encontramos con muchos tipos de desafíos en los años previos a este partido clásico. Los Trojans, que ocupaban el primer lugar en la clasificación, debían competir contra el equipo que ocupaba el segundo lugar, el Oklahoma, en el que había sido calificado como el «Partido del Siglo». Era la FedEx Orange Bowl e iba a ser televisada a escala nacional, frente a una audiencia de récord. Era una gran noche para que los jugadores, los entrenadores y los aficionados celebrasen el juego del fútbol americano en el mejor escenario que existía en el contexto de los deportes universitarios.

En ese partido tendría lugar un enfrentamiento físico entre algunos de los mejores deportistas universitarios del país. Pero mientras que en el partido y en el campo destacarían la destreza deportiva y las jugadas memorables, se libraría una batalla mucho más sutil en las mentes de los jugadores. Los aspectos mentales que iban a contribuir a ese gran desempeño físico serían cruciales para el resultado final.

Tim Gallwey se ha referido a estos factores mentales concomitantes como al «Juego Interior». Deportistas como los mencionados deben lidiar con éxito con sus mentes al prepararse para ofrecer grandes actuaciones. En todos los niveles de competición, los entrenadores y los jugadores se enfrentan con el aspecto mental relativo al rendimiento. Deben despejar sus mentes de toda confusión y adquirir la capacidad de permitirse jugar libremente.

Conocí El Juego Interior del tenis siendo estudiante de posgrado, años atrás, y reconocí los evidentes aspectos beneficiosos de las enseñanzas de Gallwey con respecto al rendimiento en los deportes individuales. A medida que me fui familiarizando con las ventajas de jugar a deportes con una mente aquietada, empecé a asentar los principios de la confianza y el enfoque como características que también podían beneficiar a los equipos.

El Juego Interior está intrínsecamente conectado a todas las facetas de nuestro programa. La confianza necesaria para rendir a nivel de campeonato durante ­largos períodos de tiempo solamente puede desarrollarse en el campo de entrenamiento a través de la repetición. La práctica disciplinada permite a nuestros jugadores desarrollar confianza en nuestra labor como entrenadores y en sí mismos. También adquieren la confianza que les permite tener la capacidad de centrarse, independientemente de las circunstancias o el entorno.

Tanto si nos estamos preparando para un partido de entrenamiento en el que unos jugadores del equipo juegan contra otros como si nos estamos preparando para la final del Campeonato Nacional, estos principios se encuentran en la base de nuestro programa. Una vez que entiendas los principios del Juego Interior, podrás silenciar tu mente, concentrarte claramente y jugar realmente el juego.

PREFACIO

por Zach Kleinman,
coach de vida y entrenador deportivo

Llevo confiando en Tim Gallwey –y en las enseñanzas de El Juego Interior del tenis– desde antes de que nos conociésemos. Empecé a tener esta confianza en 1974, cuando leí el libro que tienes en tus manos [en la versión original, en inglés]. Tim confirma que el camino en el que estoy es correcto, y que podría ir más profundo. Y lo hago. «No se trata del tenis», me recuerda. «No se trata de la victoria o la derrota. Si estamos aquí para experimentar, somos libres». Aún me gusta más ganar que perder. Y después de treinta años, él todavía me muestra cómo tener fe, y me ha nombrado instructor del Juego Interior. Tim vive su trabajo y, en tanto que mi mentor y un modelo a seguir, ha confiado en mí para que sepa lo que está aprendiendo y lo acompañe en esta búsqueda. Lo aprecio especialmente por esto: mantiene siempre su interés intacto, incondicionalmente.

Un día, él estaba más acertado que de costumbre. Fue el último día del primer seminario de Juego Interior para profesores de tenis. Aunque lo había ayudado en un taller sobre el Tenis Interior unos meses antes, durante la semana del seminario tuve mi primera lección «privada» con Tim (lo de «privada» es un decir, porque treinta personas nos estaban observando). Me sugirió que jugase con autoridad: «Manifiesta autoridad. Sé el autor de tus propios golpes», me pidió amablemente. Encontré una presencia dentro de mí que fue capaz de proyectar una visión nueva y accesible en los golpes. Inmediatamente, mi forma de enseñar y mi juego adquirieron una nueva dimensión, pero no solo a partir de la autoridad; podía ser cualquier cosa que imaginase. Me convertí en el escritor, en el creador del siguiente punto: mi vida.

El viernes 10 de diciembre de 1976, alrededor de las 2:30 de la tarde, Tim Gallwey cambió mi vida cuando me sugirió, manifestando una gran intuición: «Zach, vete a casa. Ve y enseña, y regresa en el próximo seminario».

«De ninguna manera», respondí con una fuerza y una seguridad nuevas. Entonces, un fuerte instinto que se reveló en mi interior dijo: «Estoy aquí. Voy a ayudar, actuar como asistente y aprender».

Tim sonrió.

Me quedé. Pero, en realidad, ¿qué fue lo que me hizo quedarme? La magia que siento cuando estoy en la cancha enseñando y aprendiendo con Tim. Su enfoque reflexivo, sencillo y provocador me inspira a dar lo mejor de mí como profesor, como jugador y como persona.

Ese momento en que manifesté una autoría recién descubierta fue de aquellos que te cambian la vida. Desde entonces, no he dejado de confiar en el instinto de Tim. Todavía estoy en Los Ángeles, trabajando con el proceso del Juego Interior y expandiéndolo por medio de talleres: imparto sesiones grupales y privadas en pistas de tenis y campos de golf, así como en salas de música y billar. Y continúo aprendiendo, creciendo y practicando con Tim casi a diario. Dentro y fuera de la cancha, seguimos manifestando nuestros juegos interiores y exteriores.

INTRODUCCIÓN

Cada juego consta de dos partes, un juego exterior y un juego interior. El exterior se juega contra un adversario externo para superar obstáculos externos y alcanzar una meta externa. El dominio de este juego es el tema de todos esos libros que enseñan cómo agarrar la raqueta de tenis, el palo de golf o el bate de béisbol y cómo colocar los brazos, las piernas o el torso para lograr los mejores resultados. Pero, por alguna razón, para la mayoría de nosotros es más fácil recordar todas esas indicaciones que seguirlas.

La tesis de este libro es que no se puede lograr el dominio de ningún juego (ni tampoco obtener ninguna satisfacción) sin prestar alguna atención a las habilidades del juego interior. Estas habilidades son ­normalmente ignoradas. El juego interior tiene lugar en la mente del jugador, y se juega contra obstáculos como la falta de concentración, el nerviosismo, las dudas sobre sí mismo y la excesiva autocrítica. En resumen, se juega para superar todos los hábitos de la mente que inhiben la excelencia en el desempeño deportivo.

Muchas veces nos preguntamos por qué jugamos tan bien un día y tan mal al día siguiente o por qué nos agarrotamos durante una competición o fallamos los golpes más fáciles. ¿Y por qué lleva tanto tiempo romper un mal hábito y aprender uno nuevo? Las victorias en el juego interior no significan trofeos adicionales, pero nos proporcionan algo más permanente, algo que puede contribuir significativamente a nuestro éxito, tanto dentro como fuera de la pista de tenis.

El practicante del juego interior llega a valorar el arte de la concentración relajada por encima de cualquier otra habilidad, descubre una verdadera base para la confianza en sí mismo y aprende que el secreto para ganar cualquier juego radica en no intentarlo con demasiada vehemencia. Se trata de lograr un desempeño espontáneo que solo ocurre cuando la mente está en calma y parece formar una unidad con el cuerpo. Así, el cuerpo encuentra sorprendentes maneras para ir más allá de sus propios límites una y otra vez. Además, al superar los típicos obstáculos de la competición, el practicante del juego interior encuentra una voluntad de victoria que libera toda su energía, y nunca pierde el ánimo ante la derrota.

Existe un proceso mucho más natural y efectivo para aprender y para hacer casi cualquier cosa. Este proceso es muy parecido al que todos hemos usado –y hemos olvidado rápidamente– para aprender a hablar y a caminar. Es un proceso que usa las capacidades intuitivas de la mente y de los dos hemisferios cerebrales. No es un proceso que tengamos que aprender porque ya lo conocemos. Lo único que tenemos que ha­cer es desaprender los hábitos que interfieren en su funcionamiento y luego dejarlo que opere por sí mismo.

El propósito del juego interior es descubrir y explorar el potencial que encierra el cuerpo humano; en este libro vamos a explorar este potencial por medio del tenis.

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REFLEXIONES SOBRE EL ASPECTO
MENTAL DEL TENIS

Los problemas que más desconciertan a los jugadores de tenis no son los que tienen que ver con la forma correcta de gol­pear la pelota. Sobran libros y profesionales para proporcionar esta información. La mayoría de los jugadores tampoco se quejan demasiado de sus limitaciones físicas. La queja más común de los deportistas desde tiempos inmemoriales es: «El problema no es que no sepa qué hacer, ¡el problema es que no hago lo que sé!». Otras quejas comunes que surgen constantemente son:

La mayoría de los deportistas se enfrentan a problemas como estos muy a menudo, pero no es tan fácil aprender a lidiar con ellos. Al jugador no se le proporcionan más que aforismos gastados como: «Bueno, el tenis es un juego muy psicológico y tienes que desarrollar la actitud mental adecuada», o bien: «Debes confiar en ti mismo y tener voluntad de victoria o siempre vas a ser un perdedor». Pero ¿cómo puede alguien «confiar en sí mismo» o «desarrollar la actitud mental adecuada»? Estas preguntas suelen quedar sin respuesta.

Así que parece haber motivos para hablar de la forma de mejorar los procesos mentales que convierten la información técnica sobre cómo golpear la pelota de tenis en acción efectiva. El tema de El Juego Interior del tenis es, justamente, cómo desarrollar estas habilidades interiores sin las cuales el alto rendimiento es imposible.

LA TÍPICA CLASE DE TENIS

Veamos lo que ocurre en la mente de un alumno ansioso que está tomando una lección con un nuevo profesor de tenis, igualmente ansioso. Supongamos que el alumno es un hombre de negocios de mediana edad que tiene la intención de escalar puestos en la clasificación de su club. El profesor está de pie frente a la red con una gran cesta de pelotas y, como quiere dar una buena impresión, comenta cuidadosamente cada golpe del alumno. «Eso ha estado bien, señor Weil, pero ha hecho girar un poco la raqueta en el acompañamiento. Ahora desplace su peso hacia el pie delantero al avanzar hacia la pelota... Ahora está tardando mucho en llevar su raqueta hacia atrás... Al echar la raqueta hacia atrás no debería subirla tanto... Así, mucho mejor». En poco tiempo, la mente del señor Weil estará abarrotada con seis pensamientos sobre lo que debería hacer y dieciséis pensamientos sobre lo que no debería hacer. La mejora parece improbable y demasiado complicada, pero tanto él como el profesor han quedado impresionados por el cuidadoso análisis de cada golpe y el señor Weil paga la clase con gusto después de haber recibido el consejo de «practique todo lo que le he comentado y notará una gran mejoría».

Tengo que admitir que yo también me he excedido en mis instrucciones al dar una clase, pero un día que me encontraba muy relajado, comencé a hablar menos y a observar más. Para gran sorpresa mía, los errores que veía pero que no mencionaba se corregían solos sin que el alumno fuese consciente de haberlos cometido. ¿Cómo ocurrían esos cambios? Aunque encontré que se trataba de un hecho interesante, era un poco duro para mi ego porque no podía considerarme responsable de esa mejoría. Y fue un golpe aún mayor para mi ego cuando me di cuenta de que mis instrucciones verbales parecían disminuir las probabilidades de que se produjera la corrección deseada.

Todos los profesores de tenis saben de lo que estoy hablando. Todos han tenido alumnos parecidos a Dorothy. Yo le daba a Dorothy instrucciones claras y simples como por ejemplo: «¿Por qué no intentas acompañar más la pelota con la raqueta hasta llegar a la altura de tus hombros? El liftado se encargará de mantener la pelota dentro de los límites de la pista». Y, desde luego, Dorothy intentaba por todos los medios seguir mis indicaciones. Apretaba los labios, fruncía las cejas y tensaba los músculos del antebrazo, lo cual hacía que sus movimientos no fuesen fluidos y el acompañamiento apenas aumentaba. En ese momento la reacción típica del profesor paciente es: «Eso está mejor, Dorothy, pero relájate, ¡no te esfuerces tanto!». El consejo es bueno pero Dorothy no entiende cómo puede «relajarse» si al mismo tiempo tiene que esforzarse por golpear la pelota de la forma correcta.

¿Por qué debería Dorothy –o tú o yo– experimentar un aumento de la tensión muscular mientras ejecuta una acción que no presenta ninguna dificultad física? ¿Qué ocurre dentro de su cabeza desde que recibe la indicación hasta que golpea la pelota? El primer atisbo de respuesta a esta pregunta clave me vino en un momento de inspiración después de una clase con Dorothy: «Sea lo que sea lo que sucede dentro de su cabeza, ¡está claro que es demasiado! Está esforzándose tanto por seguir mis indicaciones que no puede concentrarse en la pelota». En ese mismo momento decidí que iba a disminuir drásticamente la cantidad de instrucciones verbales.

Mi clase siguiente ese día fue con un principiante llamado Paul que nunca había jugado al tenis. Yo estaba decidido a enseñarle a jugar usando el mínimo posible de instrucciones verbales. Iba a intentar mantener su mente despejada para ver el efecto que eso tenía. Así que comencé por decirle a Paul que iba a probar algo nuevo: iba a saltarme por completo todas las explicaciones que solía dar a los principiantes sobre la forma de empuñar la raqueta, sobre el golpeo y sobre la posición de los pies para el drive básico. En lugar de eso, yo iba a ejecutar diez drives y quería que él me observara cuidadosamente, sin pensar en lo que yo estaba haciendo sino solo intentando captar una imagen visual del drive. Paul tenía que repetir mentalmente esa imagen varias veces y luego debía dejar que su cuerpo la imitara. Después de mis diez drives, Paul se imaginó a sí mismo ejecutando el drive igual que yo. Luego, cuando le puse la raqueta en la mano de forma que la empuñadura fuese la ­correcta, me dijo: «He notado que lo primero que hiciste fue mover los pies». Yo le respondí con un evasivo gruñido y le pedí que dejara que su cuerpo imitase el drive lo mejor que pudiera. Paul dejó caer la pelota, echó la raqueta hacia atrás y golpeó la pelota con un perfecto acompañamiento que terminó a la altura de los hombros. ¡Estupendo para ser un primer intento! Pero espera, sus pies; no se habían movido un centímetro de la perfecta posición en la que se había colocado antes de echar la raqueta hacia atrás. Estaban clavados en la pista. Se lo señalé a Paul y me dijo: «Ah sí, ¡me olvidé de ellos!». ¡El único elemento del golpe que había intentado recordar fue lo único que no hizo! ¡Todo el resto había sido absorbido y reproducido sin que hubiera pronunciado una palabra o se hubiera dado una sola instrucción!

Estaba comenzando a aprender lo que todos los buenos profesores y todos los alumnos del tenis tienen que aprender: que las imágenes son mejores que las palabras, que mostrar es mejor que contar, que muchas indicaciones son peores que ninguna y que intentar esforzarse muchas veces produce resultados negativos. Una pregunta me desconcertaba: ¿qué tiene de malo intentar esforzarse? ¿Qué quiere decir intentar esforzarse demasiado?

JUGAR AL TENIS DESDE FUERA DE LA MENTE

Piensa en el estado mental de un jugador que parece estar en racha o totalmente concentrado. ¿Estará pensando sobre cómo debe ejecutar cada golpe? ¿Estará pensando en algo? Escucha las frases que se usan para describir a un jugador que está rindiendo al máximo: «está en trance», «no sabe lo que está haciendo», «está inconsciente», «está fuera de su mente»... El denominador común de estas descripciones es que hay una parte de la mente que no está activa. Los practicantes de la mayoría de los deportes usan frases parecidas, y los mejores entre ellos saben que su mejor desempeño nunca surge cuando están pensando en ello.

Obviamente, jugar inconscientemente no quiere decir que se está jugando sin conciencia. ¡Eso sería realmente muy difícil! De hecho, alguien que juega desde fuera de la mente es más consciente de la pelota, de la pista y, cuando es necesario, de su adversario. Pero no es consciente de darse indicaciones a sí mismo, ni de pensar en cómo golpear la pelota, ni de intentar corregir errores pasados o repetir los aciertos. Está plenamente consciente pero no está pensando, ni tampoco está intentando esforzarse demasiado. Un jugador en este estado sabe dónde quiere poner la pelota, pero no se esfuerza en colocarla allí. Esto es algo que ocurre sin más –y muchas veces con más precisión de la que hubiese esperado–. Este jugador parece inmerso en un flujo de acción que requiere su energía, pero el resultado es una mayor potencia y una mayor precisión. La racha continúa hasta que el jugador se pone a pensar sobre ella e intenta mantenerla. Apenas intenta ejercer el control, lo pierde.

Poner a prueba esta teoría es simple, si no te importa un poco de juego sucio. La próxima vez que tu contrincante esté en racha, pregúntale –cuando os toque cambiar de lado–: «Dime, Jorge, ¿qué le has cambiado a tu drive para que haya mejorado tanto?». Si muerde el anzuelo –y el 95% de los jugadores lo morderán– y comienza a pensar en cómo está golpeando la pelota y a decirte que se está anticipando más, manteniendo la muñeca firme y acompañando mejor la pelota, su racha habrá terminado. Va a perder su sincronización y su fluidez a medida que intente repetir lo que te acaba de describir.

Pero ¿puede uno aprender intencionadamente a jugar «desde fuera de la mente»? ¿Cómo puede uno estar conscientemente inconsciente? Parece una contradicción total. Sin embargo, un estado así es alcanzable. Quizá una mejor forma de describir al jugador que está «inconsciente» sería decir que su mente está tan concentrada que se halla en calma. Su mente constituye una unidad con la actividad del cuerpo, y las funciones inconscientes o automáticas están operando sin la interferencia de pensamientos. En una mente totalmente concentrada no hay espacio para pensamientos sobre el desempeño del cuerpo, y mucho menos para pensamientos sobre el cómo de ese desempeño. Cuando un jugador se encuentra en este estado, hay poco que interfiera con la plena expresión de su potencial para actuar, aprender y disfrutar.

Desarrollar la capacidad para acercarse a este estado es el objetivo del Juego Interior. Para ello, son necesarias ciertas habilidades interiores, pero es importante señalar que si al aprender a jugar al tenis comienzas a aprender a concentrar tu atención y a confiar en ti mismo, habrás aprendido algo mucho más valioso que un buen revés. El revés te puede servir en la pista de tenis, pero el dominio del arte de la concentración sin esfuerzo tiene un enorme valor para cualquier cosa que quieras hacer.

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EL DESCUBRIMIENTO
DE LOS DOS YOES

Un gran avance en mis intentos por comprender el arte de la concentración relajada tuvo lugar durante una clase en la que me puse de nuevo a prestarle atención a lo que ocurría delante de mis ojos. Escucha la forma en la que los jugadores se hablan a sí mismos en la pista: «Vamos, Tom, ve al encuentro de la pelota».

Nos interesa saber lo que sucede en la mente del jugador. ¿Quién habla con quién? La mayor parte de los jugadores están siempre hablando consigo mismos. «Levántate y ve a por ella». «Mándasela a su revés». «Mantén los ojos en la pelota». «Dobla las rodillas». Las órdenes son infinitas. Para algunos, es como escuchar una cinta de la última clase. Luego, después de haber terminado una jugada, otro pensamiento surge dentro de su cabeza. Por ejemplo: «¡Qué torpe eres! Tu abuela jugaría mejor». Un día me hice una importante pregunta: ¿quién hablaba con quién? ¿Quién estaba regañando y quién estaba siendo regañado? «Yo estaba hablando conmigo mismo», diría la mayoría de la gente. Pero ¿quién es ese «yo» y quién es ese «mí mismo»?

Obviamente, el «yo» y el «mí mismo» son entidades distintas o no podría haber ninguna conversación. Así que podríamos decir que dentro de cada jugador existen dos «yoes». Un yo parece dar órdenes; el otro, el «mí mismo», parece ejecutar esa orden. Luego el «yo» evalúa esa ejecución. Para mayor claridad, vamos a llamar «yo número 1» al yo que habla y «yo número 2» al que actúa.

Con esto estamos listos para el primer postulado importante del Juego Interior: dentro de cada jugador, el tipo de relación que existe entre el yo número 1 y el yo número 2 es el factor principal para determinar la capacidad para convertir el conocimiento de la técnica en acción efectiva. En otras palabras, la clave para mejorar en el tenis –o en cualquier otra cosa– reside en mejorar la relación entre el yo que habla, el número 1, y las capacidades naturales del yo que ac­túa, el número 2.

LA TÍPICA RELACIÓN ENTRE
EL YO NÚMERO 1 Y EL YO NÚMERO 2

Imagina que en lugar de ser partes de la misma persona, el yo número 1 (narrador) y el yo número 2 (ejecutor) son dos personas separadas. ¿Cómo describirías su relación después de haber presenciado la siguiente conversación entre ellos? El jugador está intentando mejorar un golpe. «Está bien, maldita sea, mantén firme tu estúpida muñeca», ordena el yo número 1. Luego, cuando la pelota se acerca, el yo número 1 le recuerda al yo número 2: «Mantenla firme. Mantenla firme. ¡Mantenla firme!». Bastante monótono, ¿no es así? ¡Pues piensa cómo se debe de sentir el yo número 2! Podría parecer que el yo número 1 piensa que el yo número 2 es sordo, o desmemoriado, o estúpido. La verdad, no obstante, es que el yo número 2 –que incluye la mente inconsciente y el sistema nervioso– lo escucha todo, nunca olvida nada, y es cualquier cosa menos estúpido. Después de golpear con firmeza la pelota una sola vez, sabe exactamente qué músculos debe contraer para hacerlo de nuevo. Y no se le olvidará nunca. Eso forma parte de su naturaleza.

¿Y qué sucede al golpear la pelota? Si observas de cerca el rostro del jugador, verás que está tensando los músculos de las mejillas y apretando los labios en un intento de concentración. Pero la tensión de los músculos faciales no sirve para efectuar un buen golpe de revés, ni tampoco ayuda a la concentración. ¿Quién es el responsable de esa tensión? El yo número 1, por supuesto. Pero ¿por qué? Se supone que él es el que habla, no el que actúa, pero lo que ocurre es que el yo número 1 no confía realmente en el yo número 2 para que haga lo que tiene que hacer. Si confiara, no tendría que hacer nada. Este es el quid del problema: el yo número 1 no confía en el yo número 2, a pesar de que este encarna todo el potencial que se ha desarrollado hasta ese momento y está mucho más capacitado para controlar el sistema muscular que el yo número 1.

Volvamos a nuestro jugador. Sus músculos están demasiado tensos a causa del esfuerzo excesivo y, al golpear la pelota, la muñeca se desplaza ligeramente de modo que la pelota va a parar a la red. «Eres un inútil, nunca aprenderás el revés», se queja el yo número 1. Al pensar demasiado y al esforzarse tanto, el yo número 1 ha creado tensión y mala coordinación muscular en el cuerpo. Él ha sido el responsable del fallo, pero le echa toda la culpa al yo número 2. Luego, al condenarlo aún más, está socavando su propia confianza en el yo número 2. El resultado es que el revés empeora y la frustración crece.

«INTENTAR ESFORZARSE MUCHO»:
UNA DUDOSA VIRTUD

¿Acaso no nos han dicho desde pequeños que nunca llegaríamos a nada a menos que intentásemos esforzarnos mucho? Entonces, ¿qué pasa cuando vemos a una persona que se está esforzando demasiado? ¿Es quizá mejor esforzarse medianamente? Con la ayuda del concepto de los dos yoes, y después de haber leído el siguiente caso, intenta encontrar por ti mismo una respuesta para esta aparente paradoja.

Un día, mientras pensaba en todo este asunto, me tocó darle clase a un ama de casa muy atractiva y alegre. Me dijo que estaba a punto de dejar el tenis. Estaba muy desanimada porque, según me dijo, «no tengo buena coordinación. Quiero mejorar lo suficiente para que mi marido me pida que juegue dobles mixtos con él, sin que eso represente una obligación familiar». Cuando le pregunté cuál era exactamente el problema, me dijo: «Para empezar, no consigo golpear la pelota con las cuerdas, la mayor parte del tiempo le doy con el marco de la raqueta».

«Veamos lo que pasa», le dije, mientras cogía algunas pelotas de mi cesta. Le lancé unas diez pelotas consecutivas a la altura de la cintura y lo suficientemente cerca para que no tuviera que moverse para llegar a ellas. Me sorprendió ver que golpeó ocho de las diez pelotas o bien directamente con el marco de la raqueta o bien parcialmente con el marco. Sin embargo, su golpeo parecía bueno. Quedé desconcertado. Ella no había exagerado su problema. Me pregunté si no podía ser un problema de la vista, pero me aseguró que sus ojos estaban perfectamente.

Así que le dije a Joan que íbamos a hacer algunas pruebas. Primero le pedí que se esforzara mucho en golpear la pelota con el centro de la raqueta. Imaginé que eso iba a producir resultados aún peores, lo cual probaría mi teoría sobre esforzarse demasiado. Pero las nuevas teorías no funcionan siempre; además, hace falta mucho talento para conseguir golpear ocho de las diez pelotas con el estrecho marco de la raqueta. Esta vez, solo golpeó seis pelotas con el marco. A continuación, le pedí que intentara golpear las pelotas con el marco. Esta vez solo golpeó cuatro pelotas con el marco y consiguió conectar seis buenos golpes con el centro de la raqueta. Se quedó bastante sorprendida, pero no perdió la oportunidad de regañar a su yo número 2 diciendo: «Oh, ¡nunca puedo lograr nada de lo que intento!». De hecho, se estaba acercando a una gran verdad. Era evidente que su manera de intentar las cosas no le servía de mucho.

Antes de lanzarle más pelotas, le dije: «Esta vez quiero que te concentres en las costuras de la pelota. No pienses en dar­le a la pelota. De hecho, no intentes golpear la pelota en absoluto. Deja que tu raqueta conecte con la pelota donde ella