Amor en Vena

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

Créditos


AUTOR: Hermenegildo García.

EDITORIAL: El Angel.

ISBN:  978-84-941157-0-7.

Inicio

Cuando entro en la sala de conferencias hay una luz escasa que proviene de lámparas camufladas en los techos, pinturas insustanciales en las paredes, un escenario con grandes cortinas, butacas rojas, que a simple vista parecen de piel sintética y un puñado de hombres y mujeres. También huele a vacío, a moqueta y al spray de rosas con el que han rociado el lugar para darle algo de vida. Pienso que va a ser una tarde más, sin chicha ni sorpresas y es que hace tiempo que los días se me hacen largos y tediosos, que no encuentro la llave de lo inusual. Hay un momento en que te empiezas a aburrir y no sabes cuándo ni dónde cruzaste esa línea, pero pasa y lo que es peor, lo asumes como si fuera una enfermedad, algo inevitable. En otras palabras, vivo atascado. Debe de tener que ver con la edad, supongo.

Nada más entrar me acomodo. Me siento en el mismo centro, frente a los ponentes, en la primera fila. Me gusta ponerme siempre en la línea de fuego. Allí nada, nadie me distrae: un rostro, un moño, el tinte de una cabellera, el color de una camisa, una nuca, un perfume, alguien que consulta el teléfono móvil,… Estás tú y el mensaje que llega diáfano, en este caso el de una mujer en la treintena que diserta sobre las nuevas tecnologías y la venta on line.

- … y las tácticas para atraer a los compradores son diversas, como hemos comentado. Temporalidad: Una oferta válida sólo este fin de semana, por ejemplo. Precio: baratos, llamativos,... Stocks: Sólo nos quedan estos vestidos. No hay más... Hay que transmitir que están ante una oportunidad única o clave, por eso...

Habla y se expresa con naturalidad y energía. Actúa convencida, da la debida pausa a sus frases y se mueve con agilidad por el escenario sobre sus largos tacones de aguja. Sus piernas son casi eternas sobre ellos y difícil guardar el equilibrio. Habla sentada, pero se levanta cada vez que intuye que el público se está despistando o porque, sabedora de sus encantos, le gusta mostrarlos, exhibir su silueta. Lleva un vestido de encaje negro con detalles de pedrería, exquisito y adecuado porque deja también ver sus curvas. A veces, su disculpa para taconear consiste en señalar algo en la pantalla del monitor que hay situado a un lado del escenario. Pero aunque de ella me atrae su speech, sus modales, su fisonomía, son sus ojos y más que estos, su mirada, lo que me llama la atención. Observa sin arrogancia, sin recelo, despreocupada, abriéndote los brazos. Lo sé porque sus ojos y los míos se rozan de continuo. Pienso: “Claro, acabo de sentarme y me ha seguido, o puede que le guste mi corbata, beige con motivos azulados. Tranqui – continuo con la reflexión -, es normal, busca en quien apoyarse para sentirse cómoda, domina las técnicas de hablar en público y ha creído que le serviría como refugio”. Pero me dedico unos minutos más a ver qué y cómo lo hace y no, sus ojos pasean por donde le place, aunque recurra a mí de continuo, como si le intrigara algo que llevo puesto o que quizás haga sin darme cuenta. “¿Estaré despeinado? Bah –me digo-, te estás montando una peli con este asunto”.

Poco después, es más el interés que tengo en ella que en lo que dice. “Es que está muy bien, es mona, no es guapa, es atractiva; parece alta, tacones aparte, tiene las piernas algo gruesas, pero bonitas, y es pelirroja y de ojos grandes, castaños, melena larga y rizada, uhmmm, sí, uf ¡qué deliciosa sonrisa!...”, voy diciéndome mientras nos miramos, metros de por medio, y ella comienza a perder el hilo, distraída. “Vaya, la estoy poniendo nerviosa”, me digo, y comienzo a dejarla en paz, mirando hacia otro lado, con lo que ella recobra la serenidad.

Pronto advierto que estoy dialogando sobre ella conmigo mismo como si la situación que me he montado en la cabeza fuera real, que lo es, no me cabe ninguna duda. “Mírala fijo de nuevo y haz que se confunda”, me auto ordeno, y lo hago y pasa: Vuelve a perder el hilo y se lleva la mano a la frente sonriendo, pidiendo perdón por el lapsus.

¿Curioso, verdad? ¿Si? ¿No? ¿Y si dijera que ella y yo comenzamos así un apasionado romance…?

 

·····

 

Situémonos en el mapa. Me llamo Jonás Redondo Martín, estoy casado, tengo un hijo, formamos una familia bien avenida pero escasa de emociones y la salsa de la vida la paladeo últimamente con mi speaker favorita, sí, la misma que acabo de presentar. Se llama Sofía y Pérez Pérez son sus apellidos. Veréis lo que me pasa con ella: que si pienso en alguien, es ella la primera persona que me viene a la cabeza y que cuando me despierto, allí está ella, en la mente, sonriéndome. Si me ducho, ella es la que me frota la espalda con solo cerrar los ojos. Si me duele algo, es ella quien trata de calmarme con su suave voz. Nos vemos poco, pero siempre estamos juntos. Así ha sido desde entonces, desde que en aquella conferencia nuestros ojos nos delataron, y de aquello ya ha pasado un tiempo.

¿Fue amor a primera vista? ¿Existe tal amor? ¿Existe el amor? ¿Cómo llamar entonces a lo que nos une? Hasta que la conocí, a Sofía me refiero, ni me lo preguntaba. Ni siquiera recuerdo habérmelo preguntado con Pepa, mi esposa. Quizás se deba a que lo he olvidado o a que he olvidado cómo es, qué pasa, qué se siente cuando alguien se te mete así en la cabeza. Sólo hay que verla reír. Cada vez que lo hace se detiene el segundero, deja de hacer tic tac. Rezo para que esto no acabe nunca.

Tengo que admitirlo, Sofía ha puesto mi modelo de vida patas arriba. No sabría decir cómo ni por qué pero ella y su manera de moverse, de asentir, de parpadear, de sugerir que la escuches, no sólo ha hecho añicos mi coraza, forjada minuto a minuto durante los últimos veintitantos años, también me ha devuelto las ganas de volver a empezar cualquier cosa que se me ponga entre ceja y ceja, como si tuviera diecisiete. Como si estuviera soltero, cuando estoy casado desde hace lo que parecen siglos. ¿Cómo se llama lo que me está pasando? Estupidez, dirían algunos, y con razón, probablemente. ¿Dónde se vende ese producto que puede cambiar tu vida con una mirada?, me preguntarían otros, vívamente interesados. ¿Por qué esta sustancia es adictiva?, me planteo yo.

 

·····

 

Aquel acto en el que la conozco me resulta interminable. Todos quieren preguntarle algo al finalizar, desde sus asientos, y ella responde, locuaz y amable, mientras me vigila, sí, me observa, pienso que hasta con descaro, para que no me quepa duda. Los dos sabemos que tenemos algo pendiente, al menos la curiosidad de conocernos. “Mira que si te columpias. Ve con cuidado”, me digo, cogiendo el micro que me da una azafata al levantarme, es mi turno para preguntar.

- Perdona, - digo, tuteándola a propósito -, tú presentación ha sido muy interesante, pero me quedo con las ganas de más. ¿Dónde puedo verte de nuevo? ¿Cuándo vuelves a exponer tu mensaje? – añado, con la intención de que me lea entre líneas-. ¿Hay algún libro tuyo que pueda consultar? - concluyo, y me siento.

- Ahora, durante el cóctel podemos charlar, y ampliaré información a quien tenga interés, sin duda – anuncia, subiendo el tono de la voz intencionadamente al decir “a quien tenga interés”, para que me quede claro, también, o eso, creo, es lo que quiere decirme. Me temo que aquí en Madrid no tengo más congresos por un tiempo. ¿Libros? Busco editor. ¿No lo serás tú, verdad? – pregunta, riendo- . ¿Más dudas, sugerencias, críticas? – añade, y como nadie parece tenerlas, da por finalizado el acto.

En el cóctel, hago lo imposible porque nos presenten. Considero que será mejor que alguien me introduzca formalmente. Lo creo más adecuado. “Si le entro directamente puedo parecer un buscavidas o un ligón – pienso -. Con las señoras hay que como mínimo aparentar ser educados, aunque luego los prefieran canallas, son más estimulantes”. Y finalmente consigo que nos presente el dueño de un concesionario de coches con el que tengo cierta amistad y que al parecer la conoce porque su marca la ha contratado alguna vez para formar a sus vendedores.

- Es buena y está muy buena, ¿te has fijado en su trasero? Mi gente -continúa -, estaba encantada con ella. La quise contratar allí mismo. De comercial. Si era capaz de levantar aquella pasión entre los míos es que es capaz de seducir a cualquier ciudadano con la cartera llena. Tú mismo lo has visto aquí. Se ha metido a todo el mundo en el bolsillo.

Y al presentarnos nos damos la mano y noto como fluye la energía, no miento, siento las chispas en las yemas de los dedos y su sonrisa me parece de cerca que es eléctrica y que su cabellera pelirroja simula un incendio sobre su espléndida frente. Y al besarla me sube un cosquilleo desde el coxis y al mirarme me descompongo, se me van al carajo las ideas y no se qué decir, más que idioteces y balbuceos. No he sabido nunca cómo ligar, de qué hablar, cómo parecer listo sin resultar engreído, ingenioso, sin parecer idiota, no he sabido decir piropos sin resultar empalagoso o un necio, que es como me siento. Pero ella parece estar entretenida con mis comentarios pues me observa curiosa y ríe, e incluso me da una de sus tarjetas y recalca varias veces que el email lo mira a todas horas y que le llega al teléfono y se muestra partidaria de ampliarme la bibliografía que al aparecer le he pedido, que si soy sincero, ni sé cuál es pues en cuanto se va pierdo la memoria y se me olvida todo. No sé qué ha sucedido, todo es normal, hay público en el salón, bebidas, canapés, camareros, pero me pregunto cómo he llegado hasta aquí, mientras salgo a que me dé el aire.

 

·····

 

- Que pases un buen fin de semana y gracias también por la invitación, estaba todo riquísimo y ha sido una compañía muy agradable. Un abrazo. – escribe Sofía en un primer email, tras nuestra cita inicial para comer. Me envía abrazos, en lugar de besos, todo es correcto. Tanto que me lo hace llegar desde el correo de su empresa. Pero una hora más tarde recibo este otro mensaje:

- Hola Jonás, te escribo desde mi correo personal para que estés más tranquilo. Lo único, que este email no me llega al móvil, así que no te extrañe si tardo en contestarte, ¿ok? Que disfrutes del fin de semana.

¿Por qué cambia de email? Por mí. Previamente había llamado su atención sobre la posibilidad de que le leyeran los emails en su empresa y que quizás no fuera conveniente que supieran que ella y yo manteníamos una relación distinta a la profesional, por muy inocente que fuera. Soy cliente de la compañía para la que trabaja y eso puede malinterpretarse.

- Hola, espero no haberte intranquilizado con mi comentario, pero es bueno que tengas en cuenta que si quieren pueden entrar en el servidor y saber lo que haces y con quien quedas. Besos. Por cierto, la cena no estuvo mal, pero hubiera sido mejor contigo. Se está bien contigo. No se lo cuentes a nadie... Jajajajaja
Así le respondo, dando un paso hacia delante. Diciéndo que la echaba de menos mientras asistía a una cena a la que me habían invitado algunos empresarios con los que mantengo relaciones comerciales.

- Muchas gracias por todo, me siento halagada – responde, minutos después-. Yo también me encontré muy a gusto contigo, pero tampoco se lo cuentes a nadie. Jajaja. La próxima vez invito yo a un restaurante carnívoro, los vegetas he visto que no te ponen, no te preocupes por mí, me apañaré con la guarnición.

Todo son insinuaciones que van subiendo de tono y la tendencia parece indicar que algo está sucediendo entre nosotros, y que ese algo es agradable y apetecible. “¿Cómo me puede estar sucediendo algo así? – me digo-. ¿A mí? ¿Y por qué a mí? Sobra gente a la que motivar, así que ¿por qué el destino se ha puesto a jugar conmigo? ¿O soy yo el que pretende adjudicar al destino algo que puedo controlar perfectamente?” Eso me pregunto, pero lo cierto es que mientras lo hago, soy consciente de que sigo deslizándome por un tobogán que me lleva directamente hacia ella.

- Jajaja. Esto no son emails, comienzan a ser capítulos de una historia – respondo en otro correo, un día o dos más tarde, cuando ya no podemos ocultar lo que nos une -. ¿Miedos, dices? Yo también estoy asustado. Hacía años que nada me removía tanto por dentro. Como mínimo, tengo que agradecer al destino que nos haya unido para experimentarlo. Es un magnífico regalo de cumpleaños, el tuyo y el mío –le digo, pues ambos acabamos de cumplirlos -. Ya queda menos para volver a sentirte. Aunque sin estar a tu lado, estás siempre cerca. Vernos es casi lo de menos. Estamos unidos. Que duermas bien.

Así, más o menos, continua todo, con éstos y otros emails, con muchos wasaps, con incontables llamadas de teléfono y sin apenas vernos. Comemos juntos un par de veces y tomamos un té. Eso es todo, las primeras semanas. Estoy casado y eso me frena y a ella también, no hace falta ni comentarlo, ambos lo sabemos. Pero no podemos evitar lo inevitable, que vayamos conectando, que vayamos sabiendo más el uno del otro, que vayamos descubriendo cómo somos en realidad, quiénes somos o quién creemos que es el otro. A simple vista somos dos profesionales liberales. Sofía se dedica a impartir clases magistrales de ventas y es una experta en redes sociales, una profesional cuyo éxito radica en saber comunicar cualquier aspecto comercial y yo me dedico al noble arte de intermediar, me pongo en medio de todo aquello que pueda dejarme algún euro en el bolsillo. Por eso fui aquella tarde a esa sala de conferencias. Estoy tratando de ponerme al día en materia digital.

-¿Has pensado en el daño que le vas a hacer a Pepa si sigues por este camino? ¿Y a tu hijo? – me recrimina, acusadora, la conciencia, viendo el interés que voy manifestando por Sofía -. ¿Eres consciente de que ya estás pensando en engañarla? Te lo advierto. vas a salir mal parado de este asunto.

 

·····

 

- ¿Te propongo un juego? - le pregunto en una de esas charlas telefónicas, cuando aún la relación está fresca y nos tanteamos. Ni siquiera nos hemos acostado juntos. Lo deseo, deseo que entre en mí, de hecho me he masturbado algunas veces pensando en él y en sus manos y en cómo me toca, pero él me esquiva, el miedo le persigue, se le nota en la cara. Los fantasmas de su hijo y de su esposa le tienen maniatado. Si pesan los recuerdos, en algunas personas pesan más los compromisos, y ese es su caso. Yo tampoco estoy suelta del todo. Esos mismos fantasmas me frenan. Fue mucho lo que peleé conmigo misma antes de aceptar sus caricias, primero, luego sus besos, y después su contacto; nos tocamos por todas partes... con la ropa puesta, como adolescentes. “No hay prisa”, me digo a mí misma. Varias veces, podría describirlas con detalle, he estado a punto de mandarle a paseo, no porque no me resulte atractivo, varonil, sexy, divertido, imaginativo, o porque la situación sea algo infantil, por su equipaje, como dice él, su familia. “¿Por qué te tiene que atraer un hombre que está casado? Con la de ellos que hay por la calles...”, me riño.

A veces no puedo evitar pensar en la otra, mi rival, en el daño que la puedo estar haciendo, pero hay ocasiones que no me preocupa en absoluto. “Si tu pareja anda por ahí tanteando el territorio femenino, por algo será” - me digo, para vacunarme contra ese sentimiento. “Dale lo que necesita y no saldrá de la zona que le marques” – prosigo -. Mis parejas han sido así. Las tenía tan alimentadas de todo: de placer, de compañía, de... que terminaba bastándoles lo que consumían en casa. Mi frustración con ellos estaba en que se sentían tan a gusto que perdían la curiosidad y la ambición por el resto del mundo, se amuermaban. No salían de la tele y de los vídeojuegos. Ese era todo su mundo. He terminado quemada con ellos. Por eso les abandoné, a todos. Pero ya los iréis conociendo. Seguro que hablaré más de una vez de ellos, sobre todo de Germán, Jaime y de Robert.

- Estoy atrapado, mi niña, no soy libre – suele decirme Jonás y se pone triste como una luna de invierno.

Pero tras cada una de mis crisis, cada vez que decido mandarle a paseo con Pepa y Manuel, su hijo, siempre vuelvo a enredarme. Y es que Jonás tiene algo que me paraliza. En cuanto me toca o me habla, me... Así que si quiero averiguar si es el hombre de mi vida, el que siempre he estado esperando, tengo que tener paciencia.

- ¿Sabes qué? - le digo el día que acepto salir con él, que accedo a ser su amante, al menos por un tiempo -; hasta ahora todos los hombres que he conocido me han parecido frágiles, ruines, egoístas, cobardes,… He llegado a casarme incluso, una vez, pero he ido de fracaso en fracaso. Quizás de esta manera, así, contigo, sea más feliz,... Si tú eres el hombre que busco no me importa, hoy al menos, que no seas libre. Sabré esperarte. Y me entregué después a su boca. Su lengua es un ser vivo, de verdad, ya sé que suena raro, pero nunca mi lengua se había sentido tan a gusto como con la suya.

- ¿Y del juego ese que querías proponerme, qué? - me recuerda.

- ¿Por qué no escribimos todo lo que nos vaya pasando? Ese es el juego – señalo con firmeza -. Démonos un año. Un año para vivir esta historia, compartamos todo, con sinceridad, eso sí. Ahí está el truco. ¿Qué sentimos? ¿Qué se nos pasa por la cabeza? Las discusiones, los enredos, los conflictos, las pasiones, las bajas también, o los celos, te vas y me voy a poner celosa. Me dices que eres un escritor frustrado, pues saquemos del armario a ese escritor que llevas escondido. A mí me encanta escribir. Tengo varias agendas donde hablo conmigo misma, dónde lo anoto todo, desde mi primera menstruación hasta la primera vez que creí estar enamorada. Lo tengo todo ahí, mi primera lección magistral también, las decepciones, las alegrías,…

- Bien – contesta-, parece más inteligente que jugar sólo a los juegos de cama, tan típicos de adultos en nuestra situación – continua -. Quizás podamos crear un tratado de la incertidumbre, del desconcierto, qué sé yo.

- ¿O del amor, de la sana locura, de la valentía, porque hay que ser valientes para crecer juntos tu y yo ¿no crees...? - añado.

- Pero ¿un año? ¿Vamos a resistir tanto? ¿Y si decidimos que lo nuestro no tiene más sentido que olvidarlo?

- Una situación así, tú casado, con hijo a la espalda, veinte años por encima de mí, no tiene futuro, por eso es bueno que la retratemos y que hagamos de ella un ejercicio profesional que sirva a otros, una guía de consulta, un tratado sobre las dificultades que hay en una relación tan ambigua, retorcida, compleja... - añado, tratando de engatusarlo. Siempre se me ha dado bien manejar a los hombres cuando me gustan y Jonás, no sé qué tiene también en la mirada, que no es que me guste, es que me hipnotiza. Me mira fijo y se me apagan las luces del cerebro, sólo funcionan las de emergencia. Y las del corazón, que late como si cantara. Tiene veneno en la sonrisa y en la mirada.

- ¿Y qué pasa si nos separamos, no habría historia de amor ni tratado de la incertidumbre alguno, solo podríamos hablar de la certeza de un fracaso – plantea.

- Pues hablemos también de ello. Hay maneras y maneras de despedirse cuando se ha estado enamorado y se deja de estarlo. Se suscitan pasiones incontroladas, sale el miedo a relucir - respondo, saliendo del paso como puedo, su último comentario no me ha agradado.

- Tendremos que tener mucho coraje para continuar escribiendo sobre algo que podría dolernos y hasta marcarnos para siempre. No sé si merece la pena – replica, insistente.

- Ya veremos qué pasa entonces si pasa, pero soñemos que no va a ser así. Démonos una oportunidad –añado, preocupada y algo menos convencida de lo que digo.

Igual me he pasado con lo de proponer un año como experimento, pienso después, aunque me tranquiliza saber que si la cosa se pone fea bastaría con decir que un año va a estar con él Rita y no una servidora... Pero eso ya se verá, algo me dice que esta historia va a ser como un parto y que dentro de nueve meses habrá niño o futuro, vamos que algo saldrá de aquí, no necesito más fracasos, esos me los conozco de memoria.

Puede que no sea muy chic decirlo, pero me gustan los iconos fálicos de los hombres… cabales. También es verdad que algunos es lo único que tienen de interesante. ¿Cómo será el de Jonás? Aún no me lo ha enseñado, lo he palpado, por encima del pantalón y adivino su tamaño, que creo perfecto y que va pegado a un cuerpo maduro y a una mente inquieta, cuanto necesito. Esa va a ser mi primera misión, dejarle en pelotas, verle tal cual le trajeron al mundo.

 

·····

 

Las semanas podríamos llamar del cortejo están siendo bonitas e inquietantes. La verdad es que no sé ni cómo las vamos superando. Todo parece estar en contra pero los obstáculos van desapareciendo como por arte de magia. Estos días, dadas nuestras múltiples ocupaciones, tengo formaciones por toda España, los emails vuelan en ambas direcciones y cuando los releo hay siempre una constante, el miedo que tenemos a lo que nos está pasando y a la preocupación porque otras personas se están viendo afectadas.

- Tienes razón – señalo, intranquila, en uno de tantos en el que le respondo -, es miedo a nosotros mismos, y no sé si el hecho de que los dos pensemos igual es algo que me tranquiliza o que me da aún más miedo.

Digo esto porque asisto a un debate constante entre lo que llamo el angelito bueno, instalado sobre mi hombro derecho, y el diablillo malo, en el izquierdo-. ¿Sabes? – continuo -, sólo el hecho de estar planteándome estas cosas me crea problemas de conciencia. Necesito descansar para pensar con más claridad, pero me agobia el trabajo.

Sin embargo, en cuanto llego a Madrid y Jonás plantea que nos veamos se acaban las discusiones y los miedos personales y acudo a las citas, eso sí, con los fastidiosos angelitos a cada lado de la cabeza, poniéndomelo más difícil.

- Me pasaría la noche hablando contigo – argumenta él, escuetamente, en otro email que siempre me ha encantado. Que tuviera la intención no de llevarme a la cama, como hace la mayoría, sino de conversar conmigo, de contarme lo que pasa en su preciosa cabeza, me hace feliz. ¡Qué idiota, verdad! Pero es importante para mí.

- Estaba en un workshop sobre exportaciones a los países asiáticos y me he enterado a medias porque estaba pensando en ti – me informa Jonás en un wasap, haciéndome sonreír. Me encanta saber que estoy en su cabeza siempre, como una lapa. No pocas noches llego a mi casa a las tantas de la mañana y lo primero que hago es abrir el ordenador para tener sus noticias, sé que estarán ahí.

- ¿Te he dicho que me gustas mucho? – le respondo entonces, con la ilusión de que esté velando mi llegada a casa. Siempre le digo dónde voy, a qué hora aproximada llegaré o le llamo desde el coche para saludarle o desearle las buenas noches. Me siento muy bien sabiendo que a pesar de los pesares, estará ahí, solícito, atento, vigilante, protector. Y entonces suena la llegada de un mensaje y corro como una bala por mi casa, los perros detrás, y aprieto los puños de lo contenta que estoy si se trata de él.

- Decirte que a mí de ti me gustan hasta tus dudas. Buenas noches y dime si hay hueco en tu apretada agenda dominical – me escribe, pidiendo una cita para el fin de semana.

- No sé, no sé, señor, si concedérsela, según se porte – le replico, dándole pie a nuevos comentarios. No importa dormir menos si él está al otro lado de la vía digital que tenemos permanentemente abierta y las noches se estiran y se estiran...

 

·····

 

Hablamos de todo y a cualquier hora, no hay secretos o no parece haberlos porque, la verdad, nunca he sabido de dónde salió ella, si de la soledad más absoluta o si tenía una pareja insoportable que quedó fulminada con mi aparición. ¿Es una come hombres? Tiene 30 años, eso me dice, y algunas de sus facciones delatan que puede no haberlo pasado bien... No he tratado de averiguar por qué, la he aceptado con su envoltorio. Me atrae y he preferido creer lo que cuenta, o lo que es igual, la he tomado bajo mi protección desde el primer instante. Ella es de los míos y mientras averiguo el alcance de nuestra relación, es decir, si tendrá futuro o si será un divertimento más, he decidido que lo que pase entre nosotros será con todas las consecuencias. ¿Por qué me comporto así? Quizás para darle una oportunidad a lo insólito, para sorprenderme a mi mismo siendo diferente, pensando distinto, mostrando otros defectos, callando lo que debería decir en voz alta. Sea como fuere, soy el primer sorprendido con lo que hago.

Sí porque en otros casos, en situaciones similares, y para evitar sorpresas desagradables, he llegado hasta a tirar de detective.

Lo hice con Kate, a la que conocí por casualidad durante la celebración de un aperitivo en una embajada, mejor ignorar cuál. Enseguida congeniamos. Ese día mi mal inglés se portó bien y me dejó fluir a mi gusto y terminamos en la cama, en la suya. Tenía un apartamento pequeño y bien amueblado en el centro, cerca de la calle Serrano, y aunque todo parecía de lo más normal, mi sexto sentido me decía que era demasiado fácil, que no había supuesto ningún esfuerzo, ni siquiera con mi pésimo inglés y que ella era tan amable que hasta estaba dispuesta a poner toda su atención para entenderme. “Demasiado bonito para ser verdad”, pensé.

Volvimos a vernos un par de veces, lo hacia por practicar el inglés porque lo que era divertirme… ni en la cama, era sosa, se afanaba, ponía ganas, pero… Eso era lo que más me despistaba porque si como creía era una prostituta, ¿por qué era tan poco ducha entre las sábanas y por qué no habló nunca de dinero? Me intrigaba el asunto y pensé que mí detective me sacaría de dudas.

A la tercera cita decidí no acudir. Me quitaron las ganas miembros de los servicios jurídicos de una empresa de innovación tecnológica con la que entonces mantenía relaciones comerciales, la misma que me había invitado al cóctel de la embajada. Dichos abogados, si lo eran, me comunicaron que me habían estado investigando - me pidieron disculpas por hacerlo, aduciendo después que era su obligación, que lo entendiera, que lo hacían con todos los que estaban negociando para comercializar en el futuro con sus productos -, y que habían detectado que una señorita - me enseñaron su fotografía, era sin duda Kate, quien aparecía rubia y resplandeciente y elegante, debieron tomar su imagen en alguna recepción -, a la que llamaron Lanny Rebel, no Katy - una coincidencia extraña que ambas tuvieran el mismo cuerpo, fueran la misma persona -, me había estado siguiendo.

- La cosa nos preocupó cuando vimos que usted empezaba a salir con ella - me informó uno de aquellos abogados - ¿Quién es? – nos preguntamos, prosiguió -, y pusimos en marcha en torno a ella un servicio de vigilancia. Para nuestra sorpresa, varias mañanas la vimos entrar en la sede de una compañía rival de otro país. ¿Qué le ha contado usted de nuestros productos? – preguntó, de repente.

De poco valió decirles que nada, que hablamos de moda, de golf, de caballos, de sus aficiones, porque me dejaron fuera del juego de los excelentes microprocesadores que iban a terminar comercializando.

Pero no, Sofía no podía ser una espía industrial. Si acaso una mujer desorientada y ambiciosa. Por cierto, ¿quién dijo el detective que era la tal Kate o Lanny? Una ciudadana polaca que se llamaba Ewa Krupa, o algo por el estilo, y que trabajaba de traductora para la ONU. Como suena. Tres versiones, tres identidades del mismo cuerpo. Desde ese día, debo confesar, las mujeres me dan un poquito más de miedo, algunas al menos son capaces de cualquier cosa para medrar en la vida. Pero con Sofía me muestro débil y tolerante. Me lo digo a veces, me advierto a mí mismo, sin hacerme caso.

Estos días, Sofía y yo mantenemos largas conversaciones en las que trato de aportarle algo de mí experiencia, soy mayor, me guste, que no me gusta, o no. Rozo los cincuenta. Me cansa escucharme a mí mismo, además, la mayoría están encantados de ser los protagonistas de cualquier lance pero yo prefiero que me entretengan, aunque a veces Sofía sea reiterativa en los temas: la pareja, ser mamá, la familia, sus decepciones y esperanzas.

- Mira - le digo en una de estas charlas que sirven para ir conociéndonos, lo recuerdo bien porque ese día me había llevado el coche la grúa y estaba mas que enfadado -, creo que has puesto más de lo que te han dado en tus parejas y eso te ha herido. Pero puede que te hayas complicado la vida y te guste enredarte porque no te van los convencionalismos – y con las manos me señalo a mí mismo, poniéndome como ejemplo-. Puede que estés buscando tal intensidad, tal complejidad, que todos te quedemos pequeños – insisto, volviendo a señalarme -. Te sobran cualidades para superar a cualquiera. Por eso puede, y digo puede, que le pidas a tus parejas lo que sabes que tú tienes y que ellos, al darse cuenta de sus propias limitaciones, disfracen sus complejos con soberbia. Y ahora con tu permiso, me marcho al depósito municipal a recoger el coche. ¡Porca miseria!

Mientras voy hacia el depósito no dejo de pensar en dos cosas, en la multa, me pone de mala leche que me quiten el dinero por la cara, y en Sofía. Me empieza a dar la sensación de que la han tratado mal y que sólo con tratarla bien, con ser sensible a sus puntos de vista, a sus necesidades, sería suficiente para tenerla de aliada. O quería creerlo.

- ¿Sabes qué me da tanto miedo? – me confiesa en otra de nuestras tertulias -. Debido a determinadas circunstancias había asumido con agrado convertirme en una loca solterona rodeada de gatos, al estilo de los Simpson. Pero esa idea desapareció nada más verte, por eso estoy vulnerable e intimidada. ¿Entiendes?.

Cuanta más atención me presta Jonás, ya se sabe lo dicharacheros que se ponen los enamorados, más me seduce. Para mí, al comienzo era un extraterrestre. Venía de otro planeta. Es un ser humano distinto en las formas, siempre embutido en sus trajes inmaculados, bien planchados, sus corbatas de tonalidades medias o bajas, viste con cautela, no quiere llamar la atención, y con el pelo engominado. Parece sacado de un anuncio de El Corte Inglés. Las que nos dedicamos a la formación, somos otra cosa: desorganizadas, informales, vestimos cualquier cosa, salvo en contadas ocasiones, como cuando hablo en público. Yo, porque no tengo barba pero estoy segura que si la hubiera tenido me la habría dejado, más que nada por carecer de tiempo para afeitarla. Sí señora, los de mi esfera siempre parecemos ocupadas, siempre estamos leyendo, lo que sea: folletos, gacetas, libelos, programas de mano, ebooks, revistas, libros en papel, esos viejos dinosaurios,... últimamente le doy al coaching, o tomo notas, de lo que sea también: ventas, redes, formación, márketing, o pura evasión: el karma, regresiones hipnóticas, estados alterados de conciencia,.... Otras de mis flipadas son los idiomas, hablo casi cuatro, digo casi porque el alemán se me resiste. Este año, si la crisis económica me deja en paz, volveré a estudiarlo. Alemán y puede que chino. No hay quien entienda a esa multitud que se está quedando con la barra del bar, así que mejor pedirle explicaciones en su idioma. Otras historias que me pirran son las energías alternativas. Me jode que nos estemos cargando el planeta y apuesto por cambiar las cosas en lugar de quedarme cruzada de brazos. Sí, qué le voy a hacer, tengo una desmedida afición por aprender y un cansino interés por el resto de lo que me rodea. Salvo mis amigos, mis dos perros: Andreas y Poli, son mi compañía del alma, y ahora, Jonás.

- ¿Quieres hacerme feliz? –le digo, de repente -. Vámonos de viaje, pero de aventuras, con lo puesto. Y si hay que hacer alguna maleta, en quince minutos te la preparo para un mes.

Una vez me enamoré de un músico, Robert, está claro que hablaría de él, y tardé un día tan solo en preparar todo lo necesario para mudarme a Lisboa, donde vivimos un tiempo.

- ¿Por qué no nos vamos a Lisboa? – pregunto a Jonás -, tengo que mostrarte rincones especiales, vas a alucinar. Y a Hamburgo, otra de mis ciudades favoritas, pero en verano, no estoy diseñada para tanto frío. Y te tengo que llevar a Toledo, a pasear por la ribera del Tajo, cogidos de la mano. Todo lo quiero hacer contigo – añado, contenta -. Me siento muy cómoda a tú lado y conectada y comprendida. Si consiguiera quitarme todo este miedo y estas dudas… En mi favor he de decir que cuando me he enfrentado a mis miedos he crecido, he salido fortalecida, independientemente de lo que haya sucedido.

-¿Qué estamos conectados? Hoy he jugado un partido de tenis y mientras estaba dándole a la pelota he tenido que pedirte por favor que me dejaras en paz un ratito porque te has colado en mí cabeza – responde Jonás cuando le cuento estas cosas -. ¿Eres así de intensa en todo lo que te propones? – continúa preguntando -. Un servidor es mega activo, pero usted, señora, es ultra mega activa. Y sobre los viajes, decir que hago pocos porque me molesta toda la parafernalia que los rodea: las maletas, taxis, aeropuertos, el aire enlatado, las azafatas, hoteles, habitaciones que parecen de plástico, los desayunos masivos,... Sin embargo, en lo del aprendizaje si comulgo contigo. ¿Sabes? Tengo muchas ganas de volver a verte. Estar contigo me da buen rollo, es como si hubiéramos estado juntos siempre.

Me dice estas cosas y me pone contenta y entonces no me importa que tenga la piel de un extraterrestre porque el corazón late como el mío, diría que al mismo ritmo.

- Hola, caracola, sólo te digo que me pones cachonda, que me voy a tocar ahora mismo – le digo por teléfono -. ¡A tú salud! – y me pongo a masturbarme para ver cómo reacciona. Espero que él haga otro tanto pero se queda ahí, calladito, escuchando.

 

·····

 

“¡Cómo me gustaría tomarme unas vacaciones de mí misma para poder descansar” – empiezo diciéndome cuando iniciamos el paseo por la ribera del Tajo, bajo los muros de Toledo, ciudad con rincones inéditos, digna de protagonizar novelas románticas, libros históricos y películas de acción. Como prometí, voy cogida de la mano de Jonás, me pone cogerle la mano, caminar sin más, sin rumbo ni tino, solo unidos por los dedos, los tiene duros como cuchillos, debe de ser de darle tanto a la raqueta, pero la cabeza la tengo entretenida con una putadita que me han hecho en la oficina. Me ha caído un marrón y tengo que viajar a Sevilla a impartir un curso de Google Analitycs. Lo que significa más días sin él, sin sus labios dorados, besa de muerte el tío, o sin sus magistrales improperios. Siempre está tranquilo, parece que no rompe un plato, pero de repente se puede convertir en un hijo de la gran bretaña de lo más hosco y aborrecible. Ayer mismo lo hizo, no sé quién le mandó a la mierda tras una tensa charla en una gasolinera y se le nubló la vista, la voz y la razón. La de tacos que soltó por esa boquita tan dulce. Cuando se bajó de la nube no sabía dónde meterse de lo abochornado que estaba. Y no dejó de pedirme disculpas. Me sorprendió. Los demás hombres de mi vida cuando se les va la olla no se apean de su pose machista ni apelando a la legión. Jonás puede que gire en otra órbita, aunque, ya digo, la cabra tira al monte.

Llevo semanas queriendo pasear con él por este río y el día que lo consigo no me callo, no dejo de hablar conmigo misma. Para silenciarme empleo la mejor de las armas que conozco: me abrazo a Jonás como una koalita, me cuelgo de él, comienzo a darle besos por todas partes, en la cara y el cuello, y luego dejo que sea él quien me atosigue con caricias. Serán como las cinco y media de la tarde y el río baja bravo y sucio, que asco de gente somos que tenemos el agua así, comentamos, mientras seguimos el sendero que va rodeando la ciudad. Desde allí apenas se ven algunas casas y las piedras, los juncos, los robles,…

Pasamos buenos ratos charlando y otros callados, escuchando el rumor del agua, el viento sobre las laderas y algún que otro coche que baja de las colinas. Enfrente hay restaurantes que se asoman a los desfiladeros creados por el viento. Quedamos en ir a cenar algún día a alguno de ellos. Con velas y todo ese ceremonial.

Mientras avanzamos, como una pareja más, hablamos de todo un poco, menos de trabajo, nos lo tenemos prohibido. Ni de mi familia ni de tus asuntos – concluimos un día -. Y no nos va mal, nos hace más imprevisibles, hablamos de bodas, de cultivos biológicos, del Ibex, de los estrenos de la cartelera, de qué hacer en el tiempo que tenemos libre y de la novela.

 

·····

 

- ¿Quieres que te presente a mí padre? – pregunto esta tarde, la de la caminata por la orilla de río, no sé por qué lo hago -. Le digo que eres un amigo – añado, al ver la cara de sorprendido que pone.

- No cariño, me da apuro saber que debe de ser de mi edad más o menos y que me estoy acostando con su hija. Quizá no lo comprenda, un padre es un padre siempre. Estoy casado y tengo un hijo, ¿recuerdas? No le gustará saberlo.

- Sí, es posible –respondo, sospechando que está en lo cierto -. Aún me trata como una niña. Nunca creceré para él.

Nos sentamos en un banco de madera y nos dedicamos a ver pasar a los pájaros que planean para beber el agua turbia. Después nos levantamos y volvemos a hablar del libro que estamos escribiendo.

- Tenemos que escribir más y más a menudo, sino no va a prosperar y el mundo no sabrá nunca lo que nos pasó – le digo y continúo con la perorata-. ¿Te cuento un enfoque que se me ha ocurrido? – pregunto y al ver que él asiente, prosigo -. ¿Qué te parece que cada personaje, él y ella, describa su propia situación hasta llegar al punto donde se encuentran ahora, por ejemplo, aquí en Toledo, esta misma tarde, y a partir de ahí, además de narrar lo que sucede cuando están juntos, que cada uno vaya describiendo lo que le pasa por la cabeza y por su corazón después de las citas que tengan o de cada email, llamada… Es decir, nuestras reacciones, dudas, los sentimientos que afloran, las conversaciones internas que tengamos... Pero claro eso supone que seamos muy honestos

- De eso se trata ¿no? Eso es lo que nos propusimos – añade -. Así que... ¿no estás siendo sincera, eh? O sea, dejas que yo me desnude y tú quedas en tanga, vamos, quítatelo… - me dice, de repente, riendo y dándome pequeños pellizcos que me hacen dar un par de traspiés al tratar de evitarlos y que nos hacen cambiar el rumbo de los pasos, tomamos otro sendero, y también el de la charla. Está claro que no tiene ganas de hablar de nada en serio ni serio. Toca caminar abrazados, toca besarnos de vez en cuando sin importar quién esté mirando. Es una tarde deliciosa porque no pasa nada y nadie la va a estropear.

Pero luego, de vuelta en el coche, vuelvo a la carga:

- La novela la imagino como una especie de diario. Y deberíamos poder leer lo que escribe el otro. Es muy raro que sólo tenga una idea de los temas que abordas, pero que no pueda leer lo que realmente escribes. Y al contrario, que tú también estés a ciegas de lo que escribo.

- Es que así nos influye menos lo que el otro piense – plantea.

- No sé si el lector estará interesado en los debates internos de los protagonistas, que es lo que venimos haciendo, al menos yo, deberíamos darle un giro – sugiero.

- Pues incluye los emails que nos enviamos – contesta.

- Pero de esos ya he utilizado algunos -replico.

- ¿Cuándo vamos a hacer el amor? Al lector le va a interesar saber cuándo y cómo lo hacemos? – pregunta, cambiando de tema

- ¿Al lector? Idiota – digo, con cariño, dándole un pequeño codazo -. Y a mí. Tengo unas ganas locas de ser toda tuya. ¿Crees que estamos ya preparados? ¿Lo pide el guión? – pregunto, divertida -.¿Estás seguro? Hasta ahora te he visto indeciso y evasivo, puede que hasta desinteresado. Creí que no te apetecía follar conmigo – añado, pensando en el lastre que supone para él su familia. A estas alturas lo tengo asumido.

Jonas se calla, mete la primera, es de noche y regresamos a Madrid, pone el intermitente acto seguido y mientras se pone en marcha se ocupa del cinturón de seguridad. No me gusta lo más mínimo que lo haga así, que use el cinturón una vez en marcha, que se distraiga, y le vuelvo a recriminar, siempre lo hace. Me da igual si le resulto pesada. Mi vida corre peligro si no hago las cosas bien.

- Mira, lo mágico de crear es que no existen límites – añado unos minutos después, él conduce en silencio un tanto mosca por mis comentarios -. Eso y que debe de ser algo que nos divierta. Con ambas ideas en la cabeza, ¿podemos darle un toque distinto, incluso humorístico a todo lo que hagamos? Me gustaría que consiguiéramos transmitir la profundidad de lo que nos está pasando sin dejar de verle la parte divertida –continuo, sin tener muy claro a dónde quiero llegar, quizás sólo a hablar por hablar -. ¿Por qué ponernos demasiado serios ante este ir y venir de sentimientos maravillosos? Porque como tú comentaste una vez, cuando empezamos a conocernos, si existen dudas y miedos es porque algo está pasando y ese algo a mí me está dando la vida, ¿Por qué no celebrarlo? No creemos un amor serio, sentimental, anodino, tratemos de que sea ameno e interesante. Como cuando me levanté en el restaurante para ir al baño, la primera vez que comimos, y pensaba: “Sofía, tal vez te esté mirando, por dios, no te tropieces ahora”. Jajajaja – río abiertamente, recordando aquel momento. Estábamos comiendo y él no me quitaba ojo en la mesa. Apenas comía, me miraba y me miraba y me ponía nerviosa y no dejaba de hablar. Le conté cosas de mi madre, que había fallecido, que era una mujer muy exigente; le hablé de mi paso por la universidad, de cómo preparaba mis exámenes; me atreví con un chiste, uno de indios,… Y como me dio tanto placer verle reír me atreví con otro, éste de Jaimito. Hasta que no pude más y tuve que ir al baño. Cuando me levanté creí que me daba algo pues sentía sus ojos en mí como si fueran cámaras de vigilancia.

- Ya lo creo que te miraba, cómo perder un instante de verte, sin molestarte, sin agobiarte, y no te quité el ojo del culo, tienes, siempre te lo digo, un trasero admirable, querida y no sólo lo digo yo, como bien sabes – dice, saliendo por fin del inoportuno silencio -. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con que íbamos a desnudarnos? –pregunta -. Porque estábamos hablando de eso.

- Si y nos desnudaremos, llevo deseándolo desde que nos conocemos, pero me ha venido este ataque de entusiasmo por lo que está pasando con nosotros y quiero, necesito dejarlo salir de la cabeza. ¿Puedo? – pido, suplicándole.

- Claro, cariño, perdona – dice, solícito -. Puedes hacer lo que quieras, es solo una broma. ¿No querías diversión? Jajaja…

- Tienes razón, me estoy poniendo seria – contesto-. Tenemos que encontrar un juego común que nos divierta a ambos, no que nos altere. Y lo mismo para esa historia que estamos escribiendo. He de confesar que al principio lo de escribir me parecía un poco rollo, pero ahora me pone. Tengo ganas de llegar a casa para releer lo que he escrito y comenzar un nuevo capítulo. Me muero de curiosidad por saber lo que tú estás escribiendo de mí, de nosotros. ¿No quieres adelantarme un pedacito?

 

·····

 

metesacas“¿Y si quien abre la puerta es su padreMe mata!