La colección Emaús ofrece libros de lectura

asequible para ayudar a vivir el camino cristiano

en el momento actual.

Por eso lleva el nombre de aquella aldea hacia

la que se dirigían dos discípulos desesperanzados

cuando se encontraron con Jesús,

que se puso a caminar junto a ellos,

y les hizo entender y vivir

la novedad de su Evangelio.

Rodolfo Puigdollers

Apocalipsis de Jesús el Mesías

Cuando se desvela el misterio

Colección Emaús 141

Centre de Pastoral Litúrgica

Director de la colección Emaús: Josep Lligadas

Diseño de la cubierta: Mercè Solé

© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

Tel. (+34) 933 022 235

cpl@cpl.es – www.cpl.es

Edición digital: abril de 2017

ISBN: 978-84-9165-008-9

Printed in UE

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Introducción

1. El Apocalipsis, ¿desastre o esperanza?

Apocalipsis es el título del último libro del Nuevo Testamento, verdadero cierre de toda la Biblia cristiana. Este término −Apocalipsis− ha pasado directamente del griego al castellano, por medio del latín. Y, en el fondo, ha quedado intraducible. Más que la traducción de un término griego es una simple trascripción.

Ahora bien, como la lengua tiene su historia y sus caprichos, este mismo término se ha convertido en sinónimo de “desastre”, o de “situación catastrófica”. El año 1979 el director norteamericano Francis F. Coppola dirigió una película muy conocida en la que los servicios secretos de los EE.UU. dirigen una misión contra un coronel que, en Camboya, está realizando unas operaciones con una brutalidad aterradora. Título de la película: Apocalypse Now. El adjetivo “apocalíptico” actúa, a veces, como sinónimo de “dantesco”, “terrorífico”, “horripilante”, “catastrófico”.

En otros tiempos, en cambio, o en otros ambientes, el libro del Apocalipsis ha evocado luz, esperanza, sentido de la vida. El ábside de la iglesia de Sant Climent de Taüll, en Lérida, como el de otras iglesias, tenía en el centro el imponente Pantocrátor o Maiestas Domini, representación de Jesucristo que encuentra claramente su inspiración en algunos pasajes del Apocalipsis (Ap 1,13-17; 4,2-8). En esta imagen, Jesucristo es contemplado como el origen de toda la realidad y, al mismo tiempo, como su meta: “el Alfa y la Omega, el principio y el fin”.

Los comentarios al libro del Apocalipsis, especialmente los comentarios del monje Beato de Liébana, se han convertido en proverbiales. Las ilustraciones de sus manuscritos sorprenden, todavía hoy, por el frescor y viveza de sus colores.

En la preciosa iglesia de Sant Quirze de Pedret, en Berga (Barcelona), el ábside principal –que actualmente se encuentra en el Museo Diocesano de Solsona– representaba diversas escenas del Apocalipsis. El estado de conservación no es perfecto, pero se puede intuir en él el hecho de que una comunidad cristiana, en el lugar central de su asamblea, había expresado el sentido de su esperanza cristiana y su interpretación de la vida y de la historia. ¿Habían puesto en el lugar más emblemático de la comunidad unas imágenes “aterradoras”, unas imágenes que les hablasen de “desastre”?

En la catedral de Gante, en el año 1432, los hermanos Hubert y Jan van Eyck realizaron el impresionante Políptico del Cordero místico. Se trata de un prodigio de luminosidad y de canto a la esperanza de aquella ciudad santa, que no tendrá necesidad “de luz de lámpara ni de luz de sol, porque el Señor Dios los iluminará” (Ap 22,5). ¿O hay que evocar las pinturas de Zurbarán, Murillo o Velázquez, representando la Virgen Inmaculada, bajo la forma de la “Mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12,1)? ¿Hay una imagen más dulce y entrañable que una Inmaculada de Murillo? ¿Pensará alguien que, por tener sus raíces en la iconografía del Apocalipsis, se ha convertido en una imagen terrorífica?

2. El sentido del término Apocalipsis

El término griego apokalypsis está formado por la preposición apó, que indica procedencia, y el verbo kalyptô, que significa “cubrir con un velo”. De manera que apokalypsis significa: “remover el velo”, “levantar el velo”, y por tanto, “des-velar”, “re-velar”. De aquí la traducción: “re-velación”, “manifestación”. Cuando las fotografías se hacían con máquinas analógicas y no digitales, ¿no se enviaban los carretes fotográficos a revelar? ¿No consiste el revelado, precisamente, en conseguir por medios químicos que la película muestre aquella imagen que con la simple exposición a la luz quedaría velada? Un carrete velado no muestra nada; en cambio, un carrete revelado muestra el negativo de la imagen conseguida. Una revelación muestra aquella imagen que hasta ahora no se veía.

San Pablo, en la primera carta a los Corintios, les asegura que no carecen de ningún don, “mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 1,7). El sustantivo que aquí se traduce por “manifestación”, en griego es apokalypsis, es decir, “revelación”. La manifestación de nuestro Señor Jesucristo es el encuentro definitivo del creyente con el Señor, en el momento de la propia muerte y, de una manera definitiva, en el fin del mundo, en su venida gloriosa. Esta manifestación de Jesucristo la puede entrever aquel que escucha las palabras de este libro, mediante esta profecía, es decir, a través de este escrito inspirado que es el Apocalipsis.

3. El ambiente en que fue escrito

Hacia finales del reinado del emperador Domiciano (81-96),1 en Éfeso, la situación de las comunidades cristianas se hizo bastante conflictiva. En Éfeso, la capital, y en las otras ciudades de la provincia romana de Asia, en el extremo occidental de la península de la Anatolia, en la actual Turquía.

1 La fecha se encuentra en Ireneo de Lyon, hacia el año 180, cuando escribe: “(Juan, el discípulo del Señor, fue) el mismo que vio el Apocalipsis, porque fue visto no hace mucho tiempo, casi en nuestra época, a finales del imperio de Domiciano” (Adv. Haer. 5,30,3).

El culto al emperador, como si se tratase de una figura divina, se había desarrollado en la parte occidental del Imperio para paliar la poca presencia del emperador, que vivía habitualmente en Roma. Este culto, que en un primer momento desagradaba a los emperadores, a Domiciano le llegó a gustar tanto que lo convirtió prácticamente en una obligación. Era la señal que mostraba la fidelidad de sus súbditos a su persona.

Las comunidades cristianas, que confesaban a Jesús como el Señor, el Hijo de Dios, eran absolutamente contrarias a este culto y esto les causaba problemas cada vez mayores. En Éfeso, había comunidades cristianas de estilo paulino, ya que Pablo de Tarso había residido allí durante tres años (años 52-54). Pero, a finales del siglo I, había también comunidades de estilo juánico, hasta el punto de que se transmitió la tradición de que el evangelista Juan había vivido allí, había muerto e incluso de que encontraba allí su sepultura. Las comunidades paulinas tenían un estilo más abierto en su relación con la población pagana; en las comunidades juánicas, en cambio, había dos tendencias: unos grupos más abiertos a la cultura griega y otros, más cerrados, a causa de sus raíces palestinas. De todos modos, unos y otros rechazaban un gesto de carácter tan idolátrico como era el culto al emperador.

En este ambiente de dificultades, si no de persecución, nació en el seno de las comunidades juánicas de raíces palestinas el escrito que se conoce bajo el nombre de Apocalipsis de Juan. El estilo que utiliza es el mismo que las comunidades judías habían utilizado hacia finales del siglo II aC y que estaban utilizando en la segunda mitad del siglo I dC, en los momentos de persecución.

4. El estilo de su escritura

Este estilo se llama precisamente “estilo apocalíptico” y es el mismo que se encuentra en el libro de Daniel, en el Antiguo Testamento, o en el Apocalipsis de Baruc, un texto de literatura judía no bíblica. La época del primero estuvo marcada por la persecución de Antíoco IV Epífanes (175-164 aC), momento en el cual quedó prohibido el culto en el templo de Jerusalén, que fue dedicado a Zeus Olímpico; la segunda, por la destrucción de la ciudad de Jerusalén y el incendio del templo a manos de los romanos, en el año 70 dC.

Es un estilo en clave −un estilo encriptado−, de forma que escape a la censura de las autoridades dominantes y sea entendido solo por los creyentes. Utiliza muchas imágenes gráficas, con figuras, colores y olores, que encuentran su significado en las páginas del Antiguo Testamento. La narración queda situada en una época anterior a la actual, de modo que las autoridades no puedan pensar que se está realizando una crítica al momento presente. Está escrito en un estilo profético –como si fuese Dios mismo quien está hablando−, por lo que el texto adquiere una fuerza especial, la fuerza de la misma palabra divina.

5. Una ficción literaria

El libro del Apocalipsis se presenta como si fuese un escrito realizado en la época del emperador Nerón, que fue el causante de la gran represión contra los cristianos de Roma después del incendio de la ciudad, en el año 64. El libro, sin embargo, se escribió, como ya he señalado, a finales del reinado del emperador Domiciano, que produjo un gran clima de tensión con las comunidades cristianas, a causa del culto a su figura, hacia el año 96.

Fue escrito por algún personaje importante de las comunidades juánicas, de estilo más palestino. Se presenta, sin embargo, como si se tratase de una visión profética, puesta por escrito por Juan, que, como ha hecho toda la tradición, quiere que se identifique con el apóstol Juan, punto de referencia de las comunidades juánicas. A él se atribuye el cuarto evangelio –el evangelio según Juan− y también las llamadas cartas juánicas −las cartas de Juan−.

6. Una lectura comentada

Conviene acercarse al texto del Apocalipsis sin demasiadas especulaciones. Una lectura pausada del texto, acompañada de breves explicaciones, debe ayudar a penetrar en este gran canto de esperanza. La estructura del libro, distribuida en diversos septenarios −grupos de siete−, muestra el carácter simbólico del escrito.

La traducción utilizada es básicamente la de la Sagrada Biblia, versión oficial de la Conferencia Episcopal Española (2010). La integración del texto dentro de las explicaciones facilitará una lectura seguida de todo el libro. Como en un gran mural, vale la pena captar la visión de conjunto, el mensaje de fondo, la música de esperanza de esta gran visión, para darse cuenta de la fe profunda, la esperanza firme y el amor luchador y esforzado que palpita en cada una de sus palabras.

Se trata de cinco septenarios –cartas, sellos, trompetas, copas y visiones− prologados y seguidos por un proemio y un colofón de siete puntos. De esta manera el conjunto del libro presenta siete unidades literarias, que se van desarrollando de forma concéntrica a partir de un núcleo central, constituido por el septenario de las trompetas, que, como en un gran plafón, anuncia a los cuatro vientos la Buena Noticia del amor de Dios, manifestado en Jesucristo, aquel que ha venido, viene y vendrá.

Que el lector se deje sumergir dentro de esta gran visión dominical, que permite contemplar la razón de la fortaleza de la fe, la presencia amorosa de Dios Todopoderoso y la alegría inefable de la esperanza en el encuentro definitivo de los creyentes, la comunidad cristiana, la humanidad entera y de todo el universo con aquel que es el alfa y la omega, el principio y el fin.

Rodolfo Puigdollers Noblom

La Torreta, 17 de noviembre de 2016

I. Proemio (1,1-8)

La primera página del Apocalipsis sirve de introducción a todo el escrito, mediante siete breves párrafos que nos hablan de los diversos personajes: Jesucristo, su ángel o mensajero, Juan, los que escuchan estas palabras, las siete iglesias.

Se trata de un gran diálogo. Jesucristo habla amorosamente a las comunidades cristianas, anunciando su venida. Jesucristo habla a través de su ángel, a través de Juan, a través de aquel que lee en voz alta este escrito y habla a los que escuchan, a la comunidades de todas las partes del mundo, a las siete iglesias.

1. Revelación de Jesucristo (1,1-2)

Este escrito quiere ser una “revelación de Jesucristo” en su sentido más etimológico: una re-velación, es decir, un “remover el velo”, un “levantar el velo”. En las inauguraciones de una placa, en la presentación de un coche, y hasta antiguamente en la boda de una mujer, se utiliza este gesto de “desvelar”, quitar el velo, que permite entonces contemplar la realidad tal como es, la realidad que hasta entonces estaba escondida o que solo se veía de forma velada o “entrevelada”. No se trata de una revelación sobre Jesucristo, en el sentido de que ahora se nos mostrará quién es Jesús, sino una revelación que hace el mismo Jesucristo. Es él quien, en el fondo de este escrito, nos mostrará el sentido profundo de la realidad que estamos viviendo. Por eso este primer punto indica:

Revelación de Jesucristo, que Dios le encargó mostrar a sus siervos acerca de lo que tiene que suceder pronto. La dio a conocer enviando su ángel a su siervo Juan, el cual fue testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo de todo cuanto vio.

2. Bienaventurado el que lee y los que escuchan estas palabras (1,3)

¿Cuál será la reacción ante esta manifestación? ¿El miedo, la angustia, la indiferencia? No. Una profunda felicidad. Estas páginas están escritas para llenar de felicidad, de bienaventuranza, a todos, para dar esperanza en medio de las dificultades, para mantenerse perseverantes en medio de las luchas. Por eso dice en el segundo punto:

Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y guardan lo que en ella está escrito, porque el tiempo está cerca.

3. Juan a las siete Iglesias (1,4-5a)

¿De qué se trata? Se trata de un escrito que Juan, el apóstol y evangelista, dirige a todas las Iglesias. Un escrito que nace del seno más profundo de la fe de la Iglesia y que va dirigido a todas las comunidades cristianas. Juan inicia su escrito en el nombre de Dios, que se nos ha mostrado como Padre amoroso, en el pasado, en el presente y en el futuro; en el nombre del Espíritu Santo; y en el nombre de Jesucristo, el Señor, resucitado. Por esto, evocando una carta o una salutación eucarística, este tercer punto dice:

Juan a las siete Iglesias de Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es, el que era y ha de venir; de parte de los siete Espíritus que están ante su Trono; y de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra.

4. Alabanza (1,5b-6)

La respuesta solo puede ser la alabanza, el canto de la gloria de Dios. El escrito canta la alabanza y, al mismo tiempo, invita a que el lector −o mejor dicho, la asamblea que escucha− se una a este canto. Es el canto al amor de Dios manifestado en Jesucristo, que con su muerte ha invitado a todos a vivir en la verdadera libertad, iniciando el reino de Dios y la consagración de toda la humanidad a la gloria de Dios y al servicio de los hermanos. Si a Dios le corresponde la gloria y el poder, a nosotros la humildad y el servicio. Por esto en este cuarto punto −en el centro de este proemio− resuena el canto de gloria:

Al que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre. A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

5. Anuncio (1,7a)

Todo el escrito dirige su mirada a Jesucristo, y hacia él deben dirigirse las miradas de todos. Él, que murió en la cruz y resucitó, viene hacia nosotros como verdadero sentido de toda la creación. El libro del profeta Daniel, en una visión, hacía una descripción de los diversos imperios que habían dominado hasta entonces el mundo en la figura de cuatro grandes animales −un león con alas, un oso enorme, una especie de pantera y una cuarta bestia más terrible que las otras−: el dominio se convierte en opresión, injusticia y deshumanización. Pero no es esta la última palabra. La última realidad que contempla el profeta Daniel está llena de luz y de esperanza: “Vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo” (Dan 7,13). Hay que saber mirar siempre más allá de las bestias de turno y saber contemplar “al hijo de hombre” que “viene entre las nubes”. Esto es lo que pretende este escrito de Juan. Por esto el quinto punto indica:

Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra.

6. ¡Sí! ¡Amén! (1,7b)

La respuesta no puede ser más espontánea y más desde el fondo del corazón. Es la respuesta de quien escucha, la respuesta de toda la comunidad, la respuesta de toda la Iglesia, la respuesta de toda la humanidad. La palabra hebrea amén

− ¡Sí!

− ¡Amén!

7. Dice el Señor (1,8)

Una vez ha resonado el anuncio del profeta y la respuesta del pueblo, solo queda Dios. San Francisco de Asís decía: Deus meus et omnia, “Mi Dios y mi todo”. Santa Teresa de Jesús lo expresaba así: “Solo Dios basta”. Y el salmista: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22[23],1). Dios es el principio y el fin; Dios es “el que es, el que era y ha de venir”. Dios es el Pantocrátor. Aquel que, en todo momento, en la muerte y en la resurrección de Jesús, se nos ha mostrado como el Todopoderoso, el que todo lo puede con su amor y su fidelidad. Por esto, este séptimo punto recoge la misma presentación de Dios:

Dice el Señor Dios: “Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso”.

De esta forma, este breve proemio, con sus siete puntos, nos ha presentado el sentido de todo el escrito. En medio de las dificultades por las que pasan los creyentes en la situación actual, este libro pone en relación, de forma inspirada, a Jesucristo con la comunidad cristiana, y a esta con la mirada fija en aquel que está viniendo.