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Akal / Reverso. Historia crítica / 1

Germán Labrador Méndez

Culpables por la literatura

Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986)

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Han pasado cuarenta años de las elecciones de 1977 y el mito de la transición se ha desmoronado. Pero, ¿sabemos lo que ocultaba? Este libro plantea que, entre 1968 y 1986, existió una ciudadanía que luchaba por una democracia real más allá del Estado y los partidos, y cuyas ideas, a veces, recuerdan a las del 15M. Política y cultura se unían radicalmente en la contracultura, y la democracia era una nueva sensibilidad que lo afectaba todo: el amor, el trabajo, los cuerpos, el espacio público y el privado. Aquella creatividad fue reprimida y cooptada: lo político y lo cultural se dividieron e institucionalizaron mediante la Constitución de 1978 y La Movida de los ochenta. Sólo en el ámbito cotidiano, la ruptura con el franquismo fue más nítida.

Aunque hemos olvidado los elevados costes personales y sociales de aquellas luchas contraculturales, que llevaron a la marginación de la juventud democrática (suicidios, cárceles, sida, heroína), hay una deuda de memoria con sus sueños que este libro estudia a partir de las voces de sus protagonistas y usando la literatura como guía de una democracia por venir.

Germán Labrador Méndez es profesor titular en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton. Sus investigaciones unen estética y política y buscan recuperar voces y proyectos olvidados de la historia ibérica moderna. Es autor de Letras arrebatadas. Poesía y química en la transición (2009). En la actualidad trabaja en un libro sobre las resistencias culturales a la crisis económica y social.

Diseño de portada

RAG

Director

Juan Andrade

Motivo de cubierta

«2 de Mayo», fotografía de Félix Lorrio (fiestas del 2 de Mayo de 1977, monumento de Daoiz y Velarde, Malasaña, Madrid).

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© Germán Labrador Méndez, 2017

© Ediciones Akal, S. A., 2017

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4432-1

Agradecimientos

Mi interés por la transición española comenzó en Salamanca una mañana de 2002 en la oficina de Fernando R. de la Flor en el Palacio de Anaya. Era un despacho donde aún se fumaba y las conversaciones eran vibrantes, bajo la atenta mirada de un retrato de Aníbal Núñez. Desde el principio, Fernando advirtió la importancia de aquella otra transición y de los trabajos de sus poetas. Y supo transmitírmelo. A su manera, él también había sido un compañero de viaje de la contracultura, a la que le unían lealtades y desgarros. Su generación se había dejado muchas cosas por el camino, haciéndose rehén de sus propios compromisos. Por ello era importante elaborar aquel pasado. Durante varios años no dejamos de hablar y trabajar. En la memoria atesoro las horas compartidas.

Seis años después y tras recibir y agotar una beca de Formación del Profesorado Universitario del Ministerio de Educación y Ciencia y el posterior subsidio de desempleo, aquella investigación se transformó en una tesis doctoral. Agradezco a Túa Blesa, Luis Gómez Canseco, Antonio Méndez Rubio, Pedro Ruiz y Antonio Zamarreño el cariño y las críticas en la defensa de tesis. Era un 30 de julio del año 2008. Cenamos en el antiguo patio de una cárcel. Al día siguiente me imprimieron el resguardo del título y me fui del país poco más tarde.

De las aulas salmantinas recuerdo con especial cercanía, por la profundidad de sus lecciones o por el afecto prestado, a Manuel María Pérez López, Jesús R. Velasco, Carlos Fernández Corte, Antonio Zamarreño, Carmen Pensado, Amelia Gamoneda, Pepe Asencio o Luis Santos, ciudadanos singulares de aquel mundo perezoso y adusto –pero no más que cualquier otro– aunque también extrañísimo, picaresco, en el cual se presumía de achaques y absentismo mientras el profesor más acartonado podía reaparecer palmeando flamenco en el bar Manila entre futbolines y humos sospechosos.

Pero, sobre todo, retengo la cercanía de los míos, los de entonces y de siempre: Agustina Monasterio Baldor, David Vegue, Dani Yecla, Pedro Serra, Ruth Miguel Franco o Marta Ferrer, que tienen todo que ver con estas páginas, tejidas con ellxs y gracias a ellxs, en una verdadera universidad paralela, la de la otra Salamanca, donde también viven Lidia, Lola, Anastasio, Martina, Alvar y Teresa. Fueron el tiempo de una tesis.

Sin desearlo, formé parte de una generación de investigadores que, a pesar de sus aportaciones en sus respectivos campos, lejos de haber sido aprovechados por el mundo del que proceden, fueron alejados de él con violencia. Como gallego, sé de la antigüedad de esas rutas y, por eso, lo digo con más desconcierto que tristeza pero también con un espíritu cívico: desde 2008, he participado en muchos procesos evaluadores en España y Estados Unidos y conozco las dimensiones de la diáspora. Parecería a veces que la función de las universidades, en el estado español, consistiese en la doma o desperdicio del talento más joven. No lo digo sólo como humanista, pues nuestros saberes parecen siempre sometidos a duda; la sangría de talento afecta por igual a técnicos, científicos y trabajadores precarios. Y no se trata de lo que estas gentes puedan, o podamos, merecer, sino de un futuro que se marcha con ellas por los caminos desconocidos de una globalización neoliberal, con sus múltiples centros y múltiples periferias, y en relación con la vida que se podría desear para un rincón ibérico del mundo, pró noso recuncho dele.

Así, la materialidad primera de este trabajo dependió un día de la inversión pública del estado español y de sus contribuyentes, pero el desarrollo posterior de mis investigaciones ha sido posible gracias a la Universidad de Princeton, de cuyo Departamento de Lenguas y Culturas Españolas y Portuguesas formo parte felizmente, en condición de profesor titular. Desde 2008 he tenido la suerte de trabajar con un increíble grupo de profesionales –docentes y staff– al cual agradezco su apoyo en estos años, en los que también ha habido pérdidas terribles, como la trágica muerte de Antonio Calvo y la de Tico, a quienes extraño. Por el camino, he ampliado mis investigaciones sobre la transición, a través de artículos y capítulos de libro, incluyendo una monografía primera (Letras arrebatadas. Poesía y química en la transición española).

Participar de un medio dinámico y complejo como es Princeton, con su rica vida intelectual, es un privilegio. Especialmente valoro el contacto con una población estudiantil heterogénea que me ha enseñado a ver la realidad europea e ibérica a través de sus propios conflictos y fantasías. Pensar la historia española desde las muchas Américas ha sido, en general, liberador: posnacionalizarse, lusolatinoamericanizarse, chicanizarse parecería un ejercicio obligado para todo hispanista. Habría otros también (bereberizarse, sefarditearse, mediterranizarse, indigenizarse), pero no son tan evidentes. En esos ocho años, he visto cambiar el mundo por los ojos de mis estudiantes: dejaron de leer en los poemas de Lorca el testimonio de un extranjero resentido para descubrir una sensibilidad contemporánea de la crisis global financiera y de las demandas de «Black and Latinx Lives Matter». Quién sabe lo que veremos desde ahora en ese mascarón, que viene el mascarón del que nos avisaba la Danza de la muerte y la voz de Leonard Cohen.

Una mención muy especial se la debo a mis estudiantes de doctorado, y a su trabajo incondicional en maratonianos seminarios, incluyendo dos cursos sobre la transición donde ensayé los argumentos centrales de este libro. Es un agradecimiento colectivo, porque colectivo fue el trabajo de personas concretas con compromisos concretos y singulares. Pero también es un agradecimiento individualizado a quienes han sido una permanente fuente de inspiración, que me obliga a superarme para que otrxs, a su vez, tal vez deseen superarse. Lo mismo debo añadir a propósito de algunas personas que he conocido en cursos y seminarios en otros lugares, como Hamburgo, CUNY o Madison, gentes extraordinarias gracias a las cuales sigo creyendo que hacer las cosas bien, de verdad, might make a difference. Supongo que eso debe ser la base de una ética democrática virtuosa: aquella en la que importa que las cosas que sostienen la vida en común, aunque se puedan hacer peor, se hagan todo lo bien que sea posible.

Han sido años de amistad y aprendizaje desde el reino de papel de Fernando Acosta a la porosidad de Bruno Carvalho; años de brega con la sabiduría y la calidez de Arcadio Díaz Quiñones y Alma Concepción, con la escucha, el detalle y el swing de la gran Álex Vázquez (making some Lorca!), la máxima poesía ós poucos y la delicadeza de Pedro Meira (de quien aprender uma outra cultura da dívida), la retranca filosófica de Alberto Bruzos y las paellas con ellos y Andrea Melloni, Tamar Shalamberidze y con Ulrike Capdepon, mi hogar de años venturosos.

Pero nada de todo esto habría sucedido sin Ángel G. Loureiro, crítico y cómplice, que creyó en el proyecto desde que lo conoció y supo ayudarme a que lo desarrollase, desde su especial sensibilidad y desde sus anécdotas –algunas de las cuales he incorporado al manuscrito– (una de las ventajas de haber cambiado de continente es la posibilidad frecuente de compartir conversación y caldos).

Otro lugar muy especial en este libro le corresponde a Pablo Sánchez León. Hoy se habla de aceleradoras de start-ups: pero eso fue Pablo para las tesis de quienes tuvimos la suerte de encontrárnoslo a tiempo. No me conocía de nada, pero su contribución a este proyecto fue clave porque, desde Estambul, supo identificar la conexión entre radicalidad ciudadana y malditismo literario y se tomó 10 horas seguidas un día de julio de 2005 para explicármelo. Con Pablo comparto la idea de que la memoria de la generación de 1977 –la llamada generación perdida– es un capítulo histórico pendiente, desde el que reimaginar la relación entre ciudadanía y democracia en un sentido emancipador, frente a los límites culturales e institucionales impuestos desde entonces. Juntos hemos tejido mucho en estos años: textos, exposiciones y vidas. Suya fue la invitación a un curso de verano que le agradeceré para siempre.

Otra deuda especialmente intensa la adquirí con Rafael Chirbes, por sus novelas y ensayos, fundamentales para elaborar este trabajo, y por su ejemplo ético y su calidez humana. Para Rafa, había algo importante, en términos colectivos, roto en los años setenta, que tenía que ver con ciertas muertes y lealtades traicionadas. Su extraordinaria obra está compuesta haciendo hablar a la voz oscura de una generación partida en dos. No me acostumbro a su ausencia.

El descubrimiento de Chirbes, como otros que pueblan este libro (de Trapiello, a Jurelandia), se debe a sugerencias del investigador André R. Ilyo. A sus ideas sobre Martín Gaite, la transición y la biopolítica me sigo debiendo, desde que las escuché en una conferencia.

En diversos momentos de este trabajo he contado con la ayuda inestimable de miembros históricos de la contracultura e investigadores que me proporcionaron algunas pistas clave. Sin la sincera amistad de Pepe Ribas o la generosidad de Emilio Sola, el libro habría perdido mucho. Conocer a Xaime Noguerol, Juan Luis Recio, Sabino Méndez o Mariano Antolín Rato me ha ayudado a comprender la complejidad de los mundos que estudio. A todos les agradezco su disposición y cercanía. Pilar Yvars tuvo la gentileza de facilitarme Madrid la Tricolor, el libro inacabado de Eduardo Haro Ibars, por mediación de Benito Fernández, verdadero ejemplo de rigor y compromiso. El fascinante trabajo de Anxo Rabuñal recopilando el archivo de la contracultura gallega me sirvió para conceptualizar lo próximo lejano.

La incisiva cercanía de Juan Carlos Usó Arnal fue un estímulo poderoso en las reescrituras del manuscrito; su generosidad humana e intelectual me ayudó a fundamentar mejor algunas partes de este trabajo. Con Jesús Izquierdo, entrañable amigo, además de empujar esta publicación providencialmente, comparto militancia en su causa por una historiografía ciudadana. Y Alberto Medina me ayudó mucho en todos estos años de amistad, pensamiento crítico, lecturas mutuas y buena mesa.

Toda investigación es una red de preguntas y respuestas tejida a través de cómplices culturales. No podría entender este trabajo sin la cercanía intelectual, humana y académica de personas tan inspiradoras como Jo Labanyi, Elena Delgado, Sebastiaan Faber, José María Rodríguez o José del Valle, ni tampoco sin el apoyo generoso de Juan Egea, Luis Martín Estudillo, José del Pino, Luis Martín Cabrera, James D. Fernández, Francisco Ferrándiz, Ulrich Winter, Jonathan Mayhew, Silvia Bermúdez, Ofelia Ferrán, Kata Beilin, Susan Martín Márquez, Susan Larson, Maite Zubiaurre o Noël Vallis, quienes han contribuido –directa o indirectamente– en favor de mis investigaciones, o como Teresa Vilarós, Cristina Moreiras, Joan Manuel Resina o Eduardo Subirats, que abrieron la transición como un campo de estudios para la crítica de la cultura contemporánea. Este libro quiere ser una devolución agradecida a quienes, conociéndolos o no, me han ayudado con su apoyo y crítica a mantener viva la fe en esta extraña profesión.

No puedo concebir nada de lo que hago sin la proximidad mental y afectiva de personas tan irrepetibles como Pablo Jarauta Bernal, María Fernández Salgado (y sólo estamos en el 17) o Rafael Sánchez Mateos Paniagua. Ana Chabela Álvarez me enseñó a mirar el manuscrito con su entusiasmo y cariño. Estas páginas están hechas y vividas con una liga de gentes extraordinarias como Juan Pablo Labrador, Juan Andrade, Lourenzo Fernández Prieto, Isabelle Touton, los amigos galaicos (cada vez más numerosos), las gentes de Euraca, Juan Pastor y Encarna Molina, Ramón Regueira (siempre vertebral e inspirador), Jordi Amat, Amador Fernández Savater (cuya sensibilidad hacia este y otros proyectos por venir agradezco), Enea Zaramella, Sophie Hughes, Melcion Mateu, Mary Ann Newman, El Mosta, Felipe Martínez Pinzón, Elizabeth Muel­ler, Oliva Morillo o Carolina Espinoza, entre tantas otras nuevas y viejas amistades.

Una mención mayúscula merece Tomás Rodríguez por su apoyo, paciencia y permanente estímulo durante las largas y complejas fases de reescritura del manuscrito. Su compromiso intelectual, su sensibilidad (y temple) lo convirtieron en el mejor interlocutor posible que pude haber tenido. Más allá de sus desvelos, le estoy agradecido como lector no sólo de este, sino también de otros libros suyos: no alcanzo a imaginar el ensayo y la crítica en la España de hoy sin su trabajo como editor de Akal y Siglo XXI. Personas así son clave en la vida cultural de las democracias, aunque permanezcan en las sombras.

Las biografías transicionales de mis padres (y, por extensión, de sus hermanos) han sido un interesante objeto de reflexión permanente en estos años, siempre desbordando las vidas al historiador y sus categorías. La proximidad y lejanía de sus mundos articula algunas de estas páginas. Pero, si este libro les está enteramente dedicado, no es por eso, sino por el trabajo que han realizado activamente en su favor. Han sostenido materialmente el trabajo de escritura del volumen por dos veces: y no hablo sólo de cariño, documentos de época o corrección de pruebas, que también, sino de dosis concretas y regulares de proteínas, hidratos, azúcares y vitamina C. Sólo con su apoyo y su alimento he podido contar una historia que creo que ha acabado por sernos tan próxima como ajena. Mis preguntas son un modo de agradecerles las suyas, cuando tuvieron que educarnos, a mi hermana y a mí, y decidieron hacerlo como si ya viviésemos en esa democracia que tenemos pendiente.

Hacemos libros y nos hacemos haciéndolos, pero no los hacemos en soledad. Por eso estas líneas son tan importantes para quien las escribe, porque le recuerdan la materialidad de los trabajos, es decir, la condición colectiva de todos los saberes y de las responsabilidades derivadas de su ejercicio individual. Y, sin embargo, resulta necesario recordar que hay existencia sin letras y vida plena que no pasa por los libros y sus locos ensueños, porque existe un tiempo ajeno y mundos sostenidos sobre pequeños Atlas.

Pontevedra, 21 de noviembre de 2016